Los tacos de los stilettos de segunda marca se clavan en el barro mezclado con basura. Emilce, Delia, Sonia, Melanie, Sabrina intentan mantener sus rulos, torneados por la buclera, bajo una lluvia molesta. Son chicas de la agencia y escuela Guido Models, que dirige el boliviano Guido Fuentes en la Villa 31 de retiro. Y enfilan hacia una pasada que tendrá lugar en la cancha de fútbol que también es la plaza.
Una lluvia molesta complica la arquitectura de sus rulos moldeados por la buclera. Guido, el inmigrante boliviano director de su escuela y agencia de modelos, las presentará así, micrófono en mano: “Estos son diseños exclusivos de Guido Models. Una agencia que quiere romper barreras de la discriminación hacia la gente de la villa 31. Nos sentimos orgullosos de ser vecinos de la villa”.
La fotógrafa Julieta Sans transformó en documental lo que empezó como sesión de imágenes. Un perfil, de apenas más de una hora, de lo que pasa en el micromundo de Guido Models. Guido Fuentes, presentado en una radio que lo entrevista como “el inmigrante boliviano que mayor cobertura haya recibido acá”, da instrucciones a las chicas sobre cómo caminar o bajar una escalera; diseña y cose la ropa que llevarán puesta, organiza los desfiles y convence a sus familias de llevarlas a mostrar lo suyo a Bolivia.
En su país natal, dirá que su agencia tiene un objetivo: que las chicas de bajos recursos se sientan orgullosas del lugar de donde vienen y de quiénes son. Pero Guido Models, la película, no se apoya en discursos. Sin bajar línea y sin condescendencia, mostrando con naturalidad y respeto distintos aspectos de la vida de estas jóvenes, arma un relato conmovedor. El de un grupo de gente preocupada por una uña rota, o la caída de un vestido de “quinceañera moderna”, en un ámbito duro, donde el futuro el difícil.