Amores de provincia
Si es cierta esa máxima (para mí, discutible) de que un director (sobre todo, un “autor”) hace siempre la “misma” película, Marco Berger podría ser su ejemplo perfecto. No estoy diciendo que Hawaii sea idéntica a su corto El reloj y a sus largometrajes Plan B y Ausente, pero surge como si fuera una suerte de relectura del mismo cuentito, una variación de la misma sinfonía, un nuevo episodio de una saga. Si se quiere, Hawaii es una versión depurada -y algo más optimista- de su mirada al universo (bastante contenido, reprimido, obsesivo) de las relaciones entre hombres.
Los principales cambios de este nuevo film son que no transcurre en la gran ciudad sino en un pequeño pueblo de provincia y el uso (abusivo y ampuloso para mi gusto) de la música. Allí se encuentran de manera casual y luego conviven -entre pequeñas mentiras y engaños- Eugenio, un escritor en busca de inspiración, y Martín, un muchacho que busca changas para sobrevivir.
El de Berger es un cine de miradas, gestos y detalles, de cuerpos y deseos. Por lo tanto, debe ser por definición austero y sutil (porque en estos terrenos la obviedad y el subrayado son poco menos que pecados mortales). En muchos pasajes, y más allá de su excesiva gravedad, la apuesta es bastante exitosa, aunque la sensación de déja vu, de cierto agotamiento, resulta inevitable.