Este es el tercer largometraje del realizador de Plan B y Ausente. Una vez más Marco Berger se mete de lleno en el tema de la diversidad sexual, desde las miradas y cuerpos de sus protagonistas. No solo por la solidez narrativa podemos decir que este es el trabajo más logrado del director, sino también por la calidad estética del relato. La obra está colmada de dúctiles e impecables planos y una música original muy bella, que le dan al film una notable calidad artística.
La película nos habla del deseo, toda la historia se centra en esa tensión libidinal que va apareciendo entre los dos personajes, el deseo en tanto no concreción del mismo. Es así como Eugenio admite a su amigo de la infancia, Martín, para que trabaje en la casa de sus tíos que él está cuidando. Los planos se encargan de mostrarnos cómo la pulsión comienza a circular en los cuerpos y fantasías de los protagonistas, las miradas, los roces, los recuerdos; y los momentos que empiezan a compartir los llevan a un camino sin retorno que por más que intenten disimular, resulta inevitable.
Berger logra transmitir el deseo de cada uno de los personajes a través de un intenso trabajo de las características de sus personalidades y de consistentes actuaciones de sus protagonistas, quienes encarnan con gran solidez las vicisitudes que deben atravesar estos jóvenes -ya adultos- ante el reencuentro con un otro que había sido olvidado pero que relanza el deseo sexual.
La película es enteramente disfrutable desde el minuto inicial y despierta el ansia del espectador en pos de que estos jóvenes dejen de lado miedos, temores e inhibiciones y se hagan cargo de lo que les está pasando. Esto es gracias al gran clima que supo crear su director, a través de las hermosas imágenes que nos transmite y un notable guión que con paciencia va incrementando las necesarias cuotas de libido que terminan por invadir la pantalla.