Lejos del paraíso
Hubo un tiempo en que Hawaii era el paraíso. Hubo un tiempo en que Eugenio y Martín se conocían y tenían cotidianeidad. Ahora es otro tiempo y las cosas parecieran haber cambiado, pero sólo en superficie. En verdad se acentuaron. Martín vuelve al pueblo en que nació buscando una familia que ya no está más. Eugenio escribe una novela en la que fue su casa familiar de veraneo (que ahora es propiedad de sus tíos). Martín anda pidiendo trabajo y llega a la puerta de Eugenio. Se reconocen y entonces este le ofrece alguna changa. Hay secretos y mentiras que se irán desenredando. Entre charlas y convivencia no sólo va pasando el verano sino que la relación avanza entre silencios, sutilezas, medias sonrisas y deseos que afloran trayendo sorpresas.
Marco Berger vuelve a construir una historia de sentimientos y descubrimientos con mano precisa y ojo atento. La cámara filma los cuerpos masculinos (desnudos, en ropa interior) menos buscando la sensualidad que convocando a la corporalidad, la fisicidad, la presentificación del cuerpo. Inteligentemente el género se cruza con la clase social provocando el choque y abriendo preguntas. ¿Es posible el encuentro entre el cuerpo del trabajo y el cuerpo del intelecto? ¿Tiene futuro? ¿Es donación desinteresada o intercambio intencional lo que mueve al que tiene a entregar algo a quien le falta? ¿Qué es el amor: uno o el otro? ¿O es uno y el otro?
Del cuerpo del exceso (en un universo donde lo gay también puede calificarse de consumista acérrimo y alienado) al cuerpo de la falta. Aquello que va del gay de Palermo al puto de La Matanza. Actuaciones y rubros técnicos impecables, un guión que sabe contar y una cámara que sabe cómo convertir esas palabras en imágenes, hacen de Hawaii una película que excede el gueto, donde la diferencia sexual es un detalle más, casi accesorio (o por el contrario se vuelve imprescindible si se la piensa como resistencia, lucha y reflexión sobre lo minoritario y la exclusión) y de Berger un director ya imprescindible.