Heidi

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Para todos aquellos de más de 40 que crecimos tomando la leche y mirando Heidi a la vuelta de la escuela, con la convicción de que esos Alpes de caligrafía nipona sólo debían existir en un universo paralelo (eso era antes de descubrir a Tolkien, obvio), el recuerdo es de una melancolía siempre al filo de un pico nevado, y de una candidez que la pubertad, con su inminente realismo y sarcasmo, tornará culposa. Heidi fue el primer melodrama (y para muchos el último) de nuestras vidas.

La objetividad de la distancia, sin embargo, muestra que la tira animada de Isao Takahata es una versión definitiva y cerrada sobre el clásico texto de Johanna Spyri. Y entonces, es un alivio descubrir que esta reciente adaptación fílmica, de enorme suceso en Suiza, no desanda los logros del animé; más bien reconfigura aquellos atisbos precarios de ternura y desigualdad, de la mano con una visión nada condescendiente de la infancia. Con una magistral sincronía entre guión (Petra Volpe) y dirección (Alain Gsponer), Heidi (Anuk Steffen) y Pedro (Quirin Agrippi) vuelven a dotar de magia a esos Alpes de leyenda, aguardando la frugal pero nutritiva dieta de pan, leche y queso de cabra que prepara el abuelito. El abuelito es Bruno Ganz, el mejor actor del mundo. Y con esa carta ningún film puede fallar.