CIVILIZACION Y BARBARIE
La buena salvaje. Heidi (una mezcla entre la novela original y la iconografía de la serie animada de los 70’s) perdió a su madre y la llevan a vivir con su abuelo, un hombre bastante tosco que habita una cabaña en la pradera. El vínculo atraviesa el arco esperable: primero el abuelo pone distancia, después empieza a quererla. Para cuando son uña y carne, Heidi es llevada a la fuerza a vivir en la casa de una familia de alta sociedad: lo que sucede ahí es una reformulación del habitual tópico del buen salvaje. La niña no recibió más instrucción que la vida entre cabras y trotes en los Alpes suizos, es desmañada y un poco bruta. La severa institutriz intenta acomodarla a la nueva vida, lo que significa en ocasiones ser bastante cruel. Heidi llegó a ahí a pedido de un hombre viudo, que está lejos del hogar y quiere una compañía para su hija discapacitada, Clara. El director Alain Gsponer compone toda esta primera parte sobre la base del conflicto básico: la niña silvestre intentando acomodarse a una vida civilizada. Las secuencias gastronómicas son la base (ya lo mostró Steven Spielberg en El buen amigo gigante), puesto que el comportamiento en la mesa ha sufrido de una estructuración que distancia a los grupos sociales: la contraposición entre un almuerzo en la cabaña y uno en la casa refinada es más que evidente. Pero Gsponer, además, trabaja todo este recorrido con un concepto de cine qualité para niños, que en ocasiones resulta bastante molesto.
La buena ilustrada. Claro está, Heidi buscará regresar al origen, a esa cabaña y a su abuelo, regreso que instala el mismo conflicto, pero al revés: es ahora la niña ilustrada la burlada por sus compañeros salvajes, ya que entre otros motivos elige el oficio de la escritura por sobre alguna otra tarea rural. Lo curioso en el film es que todos estos conflictos no parecen tener mayor sedimento en la psicología del personaje, puesto que Heidi absorbe todas las lecciones que la película le enfrenta con tan buena predisposición, que resulta bastante falsa (fundamentalmente sobresale su relación con el abuelo, que es mucho menos traumática de lo que debería). En todo caso, el vínculo más interesante es el que se genera con Clara, que adquiere rasgos posesivos y bien identificables con la lógica de una niña que ha sufrido el abandono y la introspección. Lo que está claro es que Gsponer no quiere amilanarse ante los conflictos, y amén del colorido que desprenden sus escenas alpinas, aligera cualquier carga dramática que la historia posee (el personaje del abuelo tiene sus ribetes oscuros) o que uno pueda recordar de aquella tira animada.
Si la lucha es entre civilización o barbarie, esta Heidi elige un poco de ambas: lo barbárico como reacción ante lo ordenado y establecido, lo civilizado como intrusión de la ilustración en la conformación de un nuevo tipo de sociedad. Y si bien no significa que hay que elegir entre uno u otro, es bien cierto que esa indefinición y esa apuesta por una corrección política excesiva es lo que hace de esta película un producto apenas correcto, pero carente de vida y complejidad.