El regreso de Goyo Anchou al cine luego de “La peli de Batato”. Un viaje lisérgico a los deseos de un joven, violado, al que su nueva sexualidad se le revela como amor irrefrenable hacia su castigador. Peronismo y patriarcado, sobreexposición de imágenes y cuerpos para una elaborada imagen y representación de cuerpos que buscan en la noche ser amados. Película que impacta y que marca un tipo de producción, de guerrilla, particular e inusual.
Siempre llega en la vida de un crítico una película tan inclasificable que uno no sabe si acaba de ver una atrocidad o una obra maestra. En un principio me resultó algo difícil aproximarme a Heterofobia, aún cuando tiene una escueta duración de apenas 61 minutos. Pero han sido toda una experiencia cuasi interminable, para bien o para mal.
Nomás comenzada la película, lo primero que impacta en las retinas del espectador son las luces de dos pequeñas bolas de discoteca que, incesantes, no paran de moverse. También, a la par de las esferas, dos muñecos, que forman parte del mismo dispositivo y que parecen estar sacados de algún anime, se mueven sin descanso. Enfrentadas, las figuras avanzan para encontrarse y darse un beso en la boca, luego retroceden y, motivadas por sus engranajes, vuelven a realizar la misma acción. Este primer plano del aparato en conjunción con la música incidental provocan un efecto ambivalente: el placer de vivenciar tal estímulo audiovisual y la enajenación sistémica ocasionada por la mecánica repetitiva del dispositivo. La sugerente duplicidad nos obliga a compenetrarnos en la pantalla, pero, en un momento, esta hipnosis desaparece porque entre la cámara y el objeto se interpone algo. Eso que no sabemos qué es se descubre cuando se abre el plano mediante un zoom out. Vemos a alguien que se está quitando el jean y las zapatillas. Es Mariano, el protagonista de “Heterofobia”, que se desnuda y se acuesta en la cama para masturbarse. Sin embargo, la onírica benevolencia del goce erótico es mitigada por la irrupción de imágenes sobreimpresas y voces en off que comienzan a narrar con una solemnidad implacable la desdicha de Mariano. Las palabras que escuchamos, solventes y sin prisa, nos sitúan en una reunión que tiene el protagonista con un amigo heterosexual. Mientras la televisión está prendida y puesta en un canal en el que se anuncia la segunda asunción de Cristina Fernández de Kirchner como presidente, ellos tienen una charla sobre el Frente para la Victoria. No es anecdótico (dentro de la ficción de la película) que el amigo de Mariano comente que a ese gobierno hay que apoyarlo con el cuerpo, porque después, sentados en la cama, la pulsión sexual de ambos los lleva tener sexo, y, aunque Mariano deseaba que sucediera, esto desemboca en algo que él, ni nadie, tiene previsto: ser violado por su amigo. Se observa una relación de dos, donde uno ostenta el poder y otro que es sometido. De ahí en más, “Heterofobia” se convierte en un espectáculo visual de imágenes revestidas con colores vivos y oscuros, que, tanto en tanto, se sobreimprimen con el torso de una(s) persona(s) tocando con la guitarra lo que sería la música diegética. El motor narrativo descripto lleva a Mariano, que, tras el despreciable y humillante episodio de la violación, se enamora de su amigo, a seguir su confundido corazón y buscar el amor donde no corresponde. A la larga, su frustración se transforma en rencor y odio hacia la organización patriarcal impuesta en el mundo. La estética de la película se sumerge en la retórica de una imagen sucia, a veces casi imposible de seguir porque no se puede ver lo que pasa con nitidez. Aun así, ese “defecto” es funcional al relato y al estado emocional y mental de Mariano. Y si las voces en off que filosofan y cuentan los hechos en tercera persona pueden ser tomadas como agentes externos al protagonista, las imágenes deben considerarse como el punto de vista de él. En “Heterofobia” la luz no se reverbera y para verla es necesario meterse en sus entrañas.
El director de "La peli de Batato", Goyo Anchou, vuelve al ruedo. Pero esta vez, elige transitar caminos alejados del cine mainstream y comercial, y vestirse de fajina para presentar un cine de "guerrilla": es decir, de bajo presupuesto y gran carga ideológica. Es difícil clasificar a "Heterophobia" para el público tradicional. Si bien contiene un relato que la vertebra (Mariano, un jóven gay que es violado y luego rechazado por un amigo hetero), lo cierto es que su fuerte, es la cantidad de texturas y planteos orales que presenta en en su recorrido. No es una cinta particularmente larga (61 minutos), pero sí que demanda mucha energía del espectador para sostenerla en forma íntegra. Esto sucede porque más allá del recorrido narrativo de la cinta, en sí , donde Mariano va tomando conciencia de su conflicto, para establecer su sexualidad en forma efectiva dentro del mundo en que vive, lo más intenso se da en el andamiaje estridente y visual que Anchou propone como visión para ese proceso. "Heterophobia", es, claramente, un ejercicio experimental. Posee un ruido propio, potente y discordante, donde muchas texturas y capas se va superponiendo, en búsqueda de impactar y conmover al espectador. Hay elecciones discutibles (a mi no me gustó el relato que explica el derrotero, por ejemplo, hubiese dejado todo para que el espectador arme su percepción), una gran cantidad de recursos puestos y trucos visuales que Anchou elige para apelar a nuestros sentidos, y una trama discreta, barrida por el caleidoscopio que domina el espíritu de la cinta. Creo que "Heterophobia" es un emergente auténtico de un indie local que busca expandirse y buscar no sólo su público, sino dejar en claro que hacer cine es una cuestión de actitud. Conocemos las dificultades con las que tuvo que lidiar Anchou para producir esta película y debemos reconocer su espíritu emprendedor y su habilidad como cineasta para lograr, con pocos medios, una obra controversial y transgresora.
Inusual representación del Síndrome de Estocolmo en clave surrealista es lo que parece Heterofobia, segundo largometraje de Goyo Anchou. Experimento llevado al extremo, según sus condiciones de producción. Heterofobia cuenta el descenso al infierno de Mariano, un joven gay que, primero, es violado y, luego, rechazado por un amigo heterosexual con quien tenía aspiraciones amorosas. Heterofobia es una película que parece urgente, desordenada, con capas y capas de sentido, de superposiciones, de mezclas, de batalla, de rabia, de sinsentidos, de constante búsqueda. Por momentos es el elogio de la venganza o como ella misma se define: una rapsodia, esa composición de forma libre constituida por fragmentos de otras obras o con trozos de aires populares. Y en otros tramos es una abrumadora catarata de collages de imágenes y narraciones en off, en los que a veces no se logra centrar el interés y que, además, terminan siendo un lastre. Hay una insistencia en hablar de patriarcado cuando en realidad no se muestran personajes femeninos de peso. Habría que hablar más bien de machismo exacerbado en lugar de asociar homosexualidad con roles femeninos. De una primera parte en que el protagonista, Mariano, busca por todos los medios volver a ser el objeto del deseo del hombre que lo violó y del que él se ha enamorado, se pasa a otra con rituales mágicos de la tierra media y de ahí a convertirse en vampiro vengador, para finalmente, llegar a un final luminoso. Este segundo largo de Anchou, luego de La peli de Batato, desconcierta por momentos, con sus pretensiones citando a Kierkegaard, y por otros irrita disparando frases monocordes, exentas de tonos, dichas como una letanía, como cuando, sin modulaciones, una voz dice: “descartado como un gargajo en la tierra” y de ahí pasa a sonetos de Shakespeare.
Una rapsodia antipatriarcal Heterofobia es la nueva película de Goyo Anchou, donde nos cuenta la vida de Mariano, un joven gay que, habiendo sido primero violado y luego rechazado por un amigo heterosexual con quien tenía vagas ilusiones románticas, tiene un recorrido emocional que va desde el sentimiento inicial de culpa y la voluntad mesiánica de redención, hasta llegar, a través de la rabia castradora, a la conclusión final: que la única acción posible contra el patriarcado es la revolución. Con una historia de vida sumamente dramática, la trama nos lleva a un film sumamente experimental con la finalidad de reflejar momentos, pasiones y sentimientos. Lo que la película logra es sacarnos de la zona de confort con la paleta de colores y la doble voz en off. A su vez, el montaje ayuda a este trabajo “fuera de lo común”, con reiterada yuxtaposición y división de pantalla. No así es el destaque de la dirección de fotografía, que se pierde entre tanto estímulo. Heterofobia dialoga a partir de una particular manera de narrar y hacer cine, que poco estamos acostumbrados a ver, adaptando el lenguaje al material para construir la narración.
Mariano, sufre una situación violenta, traumática y dolorosa por parte de un amigo heterosexual. A partir de ahí adquiere un odio hacia la sociedad heteronormativa y patriarcal y una búsqueda constante de redención. Hasta aquí podríamos decir que se trataría de una narración clásica donde hay un conflicto a resolver, pero lo interesante de Heterofobia (2015) es que es precisamente todo lo contrario: un relato vanguardista, que se vale de una mezcla de géneros -desde el melodrama hasta el surrealismo- para ofrecernos una historia distinta, novedosa y experimental. Utiliza un dúctil lenguaje cinematográfico a partir de una amplia gama de recursos audiovisuales que le brindan una estética singular que van de lo barroco a lo lisérgico; varios fragmentos de escenas épicas de films clásicos para dar cuenta de la dominación patriarcal; constante uso de la música que regala notables versiones de muchas canciones conocidas; una voz en off a partir de una omnisciente presencia desde un lugar recitado, imagen pastosa, grumosa plagada de colores con alta pregnancia del rojo; y una narración poética que acude a influencias literarias y reflexiones filosóficas, psíquicas y sociológicas de una cultura dominada por patrones patriarcales. Al principio cuesta bastante adaptarse a este formato, luego se ingresa en el relato, se aceptan las condiciones del juego y se comienza a disfrutar la historia, aunque por momentos resulte un tanto abrumadora. Parece corta (63 minutos), pero no lo es: la duración del film es precisa por la cantidad de estímulos que despierta y lleva un tiempo tramitarlos luego de presenciar la película. Una obra que habla nada más y nada menos que de las pulsiones humanas, esas que muchas veces intentan ser domesticadas en pos del “bienestar” de una cultura que ha buscado siempre acallar a aquel deseo que se salga de la norma machista dominante. Afortunadamente, Mariano puede transitar un camino desde el dolor hacia espacios más luminosos, proceso nada fácil pero necesario a la hora de ser fiel a su propio deseo.