La cuarta película del director de “Algunas chicas” es un melodrama que mezcla suspenso y misterio para armar una trama de identidades cambiadas en dos generaciones de una misma familia. Ayudada por una gran selección musical y una excelente fotografía, “Hija única” –protagonizada por Juan Barberini, Esmeralda Mitre y Ailín Salas– se vuelve un filme perturbador y provocativo.
Lo que primero llama la atención y atrapa es la música. El cine argentino de los últimos tiempos nos desacostumbró totalmente al uso del “score musical” clásico: ampuloso, imponente, dramático, ominoso. HIJA UNICA arranca con Prokofiev a todo volumen mientras Ailin Salas baja de un avión en medio de la lluvia. La imagen de Fernando Lockett embebida de todos los recursos del melodrama y/o film noir de fines de los ’40 o principios de los ’50 envuelve a Ailín de una manera tal que uno tiene la sensación de haber viajado en el tiempo. ¿Por qué nadie hace más películas así? ¿Quién prohibió el uso de la música y de bellos y climáticos planos para crear un clima puramente cinematográfico?
Lo cierto es que Santiago Palavecino –que, sí, es un obsesivo de la música clásica y, aparentemente, un eximio pianista– no tiene pruritos a la hora de enmarcar a su película en ese tipo de registro. Y es una elección perfecta ya que si bien el filme tiene puntos de contacto con la realidad argentina de los últimos ya 40 años (el protagonista es un hijo de desaparecidos que fue apropiado pero que ya hace mucho tiempo descubrió su identidad), la película parte de ahí para ir a una zona más cercana al melodrama, zona que necesita de esa “suspensión de la credibilidad” que la música y una imagen cargada de misterio del Hollywood clásico pueden darle.
HIJA UNICA es una película sobre la identidad pero se desarrolla de una forma no habitual. La identidad aquí funciona en un terreno más misterioso, inasible, más cerca de lo fantasmagórico que de la ciencia pura y dura. Ailín Salas encarna a dos personajes en dos de los tres tiempos narrativos que tiene el filme: es Delfina en el 2017, una veinteañera que vuelve a la Argentina desde Estados Unidos (ya verán a qué) y también es Julia, una chica que en 1992 tuvo una relación con el padre de Delfina, Juan (Juan Barberini). Pero no es hija de ella, sino de su padre con otra mujer (Esmeralda Mitre), lo cual pone al espectador en una situación de enredado suspenso que la película rápidamente hace girar hacia otras zonas.
No es una hija secreta que tuvo con esta mujer (no dan las fechas) pero es idéntica a ella. El texto que abre la película permite acercarse a la pregunta que el filme nos hace: ¿puede alguien heredar de sus padres sus deseos, culpas, miedos o pensamientos? Gran parte de la película transcurre en 2005, cuando Julia es una niña curiosa y algo extraña, que hace dibujos un tanto raros que ni su maestra ni su familia consiguen explicar. Para los padres tiene que ver con la historia de Juan, un hijo de desaparecidos que cambió de vida, nombre y apellido cuando descubrió ser un hijo apropiado en la dictadura. Pero tal vez a eso se le sume otro cambio de identidad aún más enrarecido: ¿Qué sucedió en el pasado que no sabemos? ¿Esconde algo Juan? ¿Qué rol tiene la abuela “hitchockiana” que encarna Susana Pampín en la historia? ¿Y el primo de Juan?
HIJA UNICA suma una gran cantidad de subtramas y conflictos a la historia –acaso demasiados en cierto momento– pero cuando parece que la acumulación de incidentes se va a volver excesiva Palavecino va resolviendo con elegancia la mayoría de las trampas en las que sus personajes –guión mediante– se han metido. Un marido obsesionado por una mujer de su pasado. Una esposa que desconoce demasiadas cosas de ese pasado pero esconde otras. Una niña que es idéntica a une mujer que no es su madre. Una herencia, literal y metafórica, que va pasando de generación en generación, a veces con la forma de una casa de campo, en otras genéticas y en algunas, por motivos inexpugnables. Secretos entre seres queridos. Puertas que se abren, puertas que se cierran. Un misterio que lo envuelve todo.
Como en su anterior ALGUNAS CHICAS, pero con una narración más clásica –más allá de sus idas y venidas en el tiempo la trama responde a modelos narrativos propios del melodrama–, Palavecino vuelve a armar un rompecabezas donde lo normal y lo misterioso, lo cotidiano y lo casi pesadillesco funcionan en paralelo. La decisión de acompañar buena parte de la película con un potente score musical, la fluida cámara de Lockett y la solidez de gran parte del elenco hacen el resto como para que los espectadores se sientan como en medio de un filme de Mankiewicz, Von Stroheim o de un Hitchcock circa REBECCA. Es esperable que el espectador de hoy –tal vez más cínico y no tan familiarizado con aquellos clásicos– se deje llevar por la melodía que propone el filme, una de las propuestas que se despegan claramente en medio del aluvión de estrenos locales de noviembre.