Un joven director de cine que fue niño apropiado y ha recuperado su identidad imagina a una mujer que fue su madre mientras su pequeña hija sufre una crisis de identidad ella misma. Por otro lado una mujer llamada Delfina vuelve a su pueblo para descubrir a una mujer ya muerta que era igual a ella. El protagonista, que ahora es Juan y antes Ezequiel, se cruzará con abuelas reales y otras con aire fantasmagórico que parecen acechar a la nena.
Todo en Hija única es teatral, declamativo y, como se desprende de esta breve e inevitablemente confusa sinopsis, tremendamente pretencioso.
La niña habla como una adulta, los adultos dicen cosas como "sueño en capítulos" mientras la cámara los toma en planos inclinados, por algún motivo. Quizá -no está claro, nada lo está- el director Santiago Palavecino quiso hacer una película sobre las consecuencias de las identidades robadas. Pero la grandilocuencia de este proyecto confuso, subrayado en la realización por una música clásica solemne y monumental, hace de Hija única una experiencia para el olvido.