Karin, la directora, descubre cierto día que ha recibido su nombre porque evoca a la hija de compañeros de militancia de sus padres. Entonces, inicia una búsqueda de ese origen. Utilizando una profusión de registros del pasado, y tomas actuales, realiza un viaje que no sólo es histórico, a las épocas en que sus padres eran jóvenes y se trasladaban de un sitio a otro en busca de un buen trabajo y bienestar, sino -y por ese motivo- también geográfico, que la lleva al extremo norte de Chile, Antofagasta, hasta el sur, en Chiloé.
“El interior de un auto es un lugar seguro”, dice la omnipresente voz en off de la realizadora narrando su documental y, desde la ventanilla de un coche, vemos pasar las distintas geografías chilenas: el desierto de Atacama, junto al mar, los paisajes lluviosos del sur. Esta abundancia de imágenes desordenadas -como lo son los recuerdos-, si bien alcanza a mostrar algunos efectos de la dictadura, provocan que el film pierda su objetivo inicial: conocer la historia de ese nombre. La Erin original, que fue apresada y torturada, es dejada súbitamente de lado y se nos niega esa historia.