Las maneras de animar a Julio Cortázar
El carácter episódico hace que no todos los cortos sean igualmente imaginativos, pero el film reserva grandes momentos.
La gacetilla de prensa de Historias de cronopios y de famas hace hincapié en un detalle que guarda relación, en partes iguales, con el método de trabajo elegido y con el concepto mismo del proyecto: desde su génesis hasta el estreno transcurrieron unos seis años. Hay en el nuevo largometraje dirigido por Julio César Ludueña, el realizador de la legendaria y hoy algo olvidada Alianza para el progreso (1971), una cualidad artesanal –por contraposición a industrial– de la animación, que incluso fue realizada con software “libre”, es decir, sin ninguno de los onerosos programas que reinan en el terreno del cine sin actores de carne y hueso. Por otro lado, los dibujos originales que sirvieron de base para cada capítulo del film fueron realizados por diez reconocidos artistas plásticos, dibujantes e historietistas, en lo que puede suponerse un arduo proceso de ida y vuelta creativo entre guionista, dibujante y animador. Ese dilatado proceso de producción hace que el lanzamiento de la película se produzca en la misma semana en la que se celebra el centenario del nacimiento de Julio Cortázar, autor de los textos en los cuales cada uno de los cortos está basado.
“Un fama anda por el bosque y aunque no necesita leña mira codiciosamente los árboles.” Así comienza “Fama y eucalipto”, uno de los relatos del volumen de prosa breve publicado por Cortázar en 1962. Ejemplo de la libertad creativa con la cual Ludueña y equipo encararon la traslación del papel a la pantalla, el primero de los cortos –con dibujos originales de Antonio Seguí– incluye no a uno sino a una docena de famas, bailando y cantando un tema musical compuesto por el hijo del realizador, Ezequiel Ludueña, al tiempo que marchan al bosque en busca de aire fresco. Y es que, a diferencia de las cuentos y, fundamentalmente, las novelas del autor de Rayuela, Historias de cronopios y de famas resulta ideal para su transposición al universo de la animación, no sólo por su extrema brevedad sino, fundamentalmente, por el carácter fantástico, por momentos surrealista, de muchas de sus historias.
Como toda película en episodios, Historias de cronopios... termina resultando despareja: no todos los segmentos son igual de atractivos o imaginativos desde el punto de vista visual y narrativo. El absurdo original de “Inconvenientes en los servicios públicos”, en el cual el español es reemplazado por el rumano merced al deseo de un cronopio con futuro de mártir, se mantiene intacto, aunque el trazo expresionista de Patricio Bonta y la historia argentina posterior a la publicación del texto se encargan de darle al relato una inflexión más politizada y oscura. El tono administrativo, casi kafkiano de “Pequeña historia tendiente...” resulta ideal para las pinturas de Luis Felipe Noé, transformadas a partir de la animación en una suerte de abigarrado mural tridimensional en movimiento, mientras que las libertades tomadas por los realizadores respecto de “Lo particular y lo universal” terminan convirtiendo a ese segmento particular en una suerte de colorida publicidad de dentífrico.
“Comercio” es reconvertida totalmente a los intereses plásticos y políticos de Daniel Santoro: Victoria Ocampo y alguien que semeja un alter ego de Borges le compran mangueras a una serpiente con rostro de Tío Sam, mientras un grupo de cronopios descamisados es explotado y Lenin juega con una versión en miniatura del Potemkin. Ligeramente polémico y lleno de humor –cronopios y famas transformados en metáforas tal vez demasiado literales—, es uno de los capítulos más atractivos, continuación a su vez del proyecto de reapropiación naïf del imaginario y la iconografía peronistas encarado por Santoro. “Conservación de los recuerdos” cierra el film con una adaptación en la cual se mezclan el Che, los centros de detención y tortura y una concepción de la memoria que “revisa” aquella del texto original, superponiendo al Cortázar más ideologizado de los últimos años con aquel otro que escribió el libro a comienzos de los años ‘60. Tomada en su conjunto y a pesar de los desniveles, Historias de cronopios y de famas va más allá del mero homenaje a Cortázar y es, a su vez, un bienvenido ejercicio en un país con escasa tradición en el cine de animación no infantil.