Políticas de animación
Una película como la de Julio Ludueña debe enfrentar a priori algunos prejuicios que inmediatamente antes de su estreno se hacen oír. El primero tiene que ver con lo que implica adaptar un texto de Cortázar y las expectativas que ello genera en un séquito de espectadores atados al imperativo categórico de fidelidad a la fuente literaria. En este sentido, hay que decir que el director parte de un principio sumamente interesante en su transposición: respetar el motor visual que despertó en el propio Cortázar la idea del libro. Durante un concierto en homenaje a Stravinsky en París, 1952, aparecen unas figuras indefinidas que luego devienen en “globos de color verde”, “muy cómicos y divertidos”. Son los cronopios. De esta imagen nació esa especie de miscelánea que en 1962 se llamó Historias de cronopios y de famas; a dicha naturaleza visual se consagra el trabajo colectivo del film que nos ocupa.
Dividido en capítulos a partir de una selección de algunos relatos, se nos presenta como un muestrario de cuadros vivientes, producto del imaginario creativo de artistas de la talla de Carlos Alonso, Daniel Santoro, Antonio Seguí y Luis Felipe Noé, entre otros. Cada plano es una viñeta plástica viviente cuyo mérito principal es eludir las representaciones complacientes con un mercado de animación computarizada omnipotente en el mercado. La utilización de software libre es un gesto saludable e inteligente, pues su carácter artesanal genera, además, una sensación de extrañamiento (nunca interferida con música influyente o condicionante) digna de los propios textos de Cortázar, pero sin resignar las herramientas expresivas del cine. La variedad de técnicas provenientes de diversos artistas plásticos, historietistas y dibujantes constituye un ejercicio de transposición original que, incluso, acierta en destacar un fuerte discurso político en ciertos episodios, a partir del sarcasmo, inyectando una fuerza que excede al original. Tal vez sean Comercio y Conservación de los recuerdos, los más fuertes en esta dirección. Las diferencias sociales, los intereses mezquinos de los “famas”, algunas alusiones polémicas a personajes escritores y la siniestra maquinaria del poder, están presentes en el espíritu general en estas pequeñas historias que recuperan una idea de compromiso y de militancia intelectual, hoy pretendidamente devaluadas por parte de sectores académicos.
El otro prejuicio nace de la sospecha de que la película se estrene en el contexto de variados homenajes al escritor. No es justo por dos motivos: si bien existen reglas de mercado, el film de Ludueña se puede ver en pocas salas más relacionadas con circuitos de exhibición alternativos; además, es un proyecto que lleva más de seis años y que obedece más a una promesa que a un interés comercial. Lo demuestra su originalidad y su honestidad frente a tanto tanque de relato salvaje.