Ali Abbasi, talentoso director formado en Suecia y radicado en Dinamarca, regresó a su Irán natal para abordar un caso real que hace dos décadas conmovió a la sociedad de su país. El realizador, que había sorprendido al universo cinéfilo con esa deforme y fascinante fábula romántica que fue Border, cambió por completo de registro al apostar por una historia hiperrealista: la reconstrucción de la historia de Saeed Hanaei (Mehdi Bajestani), un trabajador de la construcción, veterano de la guerra de Irak y ejemplar padre de familia de la ciudad santa de Masshad, que se convirtió entre 2000 y 2001 en un asesino serial con al menos 16 prostitutas entre sus víctimas y al que se lo conoció, precisamente, como Holy Spider.
La protagonista, de todas formas, es Rahimi (Zar Amir Ebrahimi), una perseverante periodista de Teherán cuya propia experiencia con el acoso sexual impulsa su cruzada para atrapar al asesino, aunque para ello deba arriesgarse y sumergirse en los barrios más peligrosos de esa urbe.
Hay en la historia de este “justiciero” misógico y psicópata y en la investigación periodística y policial que se lleva adelante algunas conexiones con la muy superior Zodíaco, de David Fincher, y un bienvenido cuestionamiento al fanatismo religioso, pero luego Abbasi toma varias decisiones bastante cuestionables en cuanto a la representación de la violencia y el punto de vista que adopta (hay algo de exhibicionismo, manipulación, explotación y regodeo en el asunto) y, así, el resultado final es un poco decepcionante.