Después de ver “Border” no queda la menor duda que Ali Abbasi es un director del que resulta prácticamente imposible permanecer indiferente. Su cine provoca, inquieta, incomoda. En su nuevo filme “HOLY SPIDER” ya no recurre a una fábula tan fantástica como perturbadora, sino que esta nueva historia, se encuentra basada en la historia real de Saeed Hanaei, quien entre 2000 y 2001 asesinó a 16 prostitutas en una de las ciudades más sagradas de Irán, Mashhad, bajo el lema de “limpiar de impurezas su ciudad”.
Es así como un honorable padre de familia y trabajador dentro del rubro de la construcción, se pone a sus espaldas esa misión que siente, de tener que ordenar y purificar la ciudad, erradicando lo sucio, el pecado, las impurezas para preservar el orden moral y construir una ciudad más digna y menos corrupta.
Cabe aclarar que Abbasi decide partir a “HOLY SPIDER” en dos películas de tono y objetivos bien diferentes. Más allá de estas dos mitades perfectamente bien diferenciadas, en ambos casos lo que privilegia es usar la cámara de una forma que impacte y conmocione al espectador, duplicando la apuesta al tratar ciertas temáticas completamente tabú dentro del cine iraní –si bien la producción es europea-, apelando incluso a secuencias explícitas y poniendo todo dentro del campo, sin que nada quede sin subrayar, lo que construye una mirada cruda e impresionante del caso.
En la primera parte algunos pequeños detalles comenzarán a construir las condiciones en las que viven las mujeres en los países de cultura islámica con la presión machista omnipresente, cruzada con un fundamentalismo que hasta impide asignar una habitación de hotel a una mujer sola sin estar casada. Allí donde la vida de una mujer no pareciera tener valor alguno, el protagonista decide matar impiadosamente a las prostitutas con las que se va cruzando y Abbasi se empeña en un tono revulsivo y sórdido –aunque sumamente efectivo- que recuerda al Fatih Akin de “El guante dorado / El monstruo de St. Pauli” donde la oscuridad y la atrocidad es extrema.
En ese caso Abbasi no ahorra ningún subrayado, no deja nada fuera de la pantalla y lo que pretende denunciar llega de forma llana y provocadora: una sociedad que indirectamente valida el hecho de que “el fin justifica los medios” pero impone en esta delgada línea entre víctimas y victimarios, el tema de la culpa y sobre todo el de la religión que lo atraviesa todo y está presente en cada uno de los actos cotidianos. Dentro de este esquema moral que “HOLY SPIDER” pretende poner en jaque, aparece con un lugar preponderante cómo el fundamentalismo impone discursos radicales que se van perpetuando a través de las generaciones y justamente uno de los objetivos de poner esta historia en pantalla podría ser despertar conciencias hacia un cambio.
Así se estructura la segunda parte de la película con un ritmo de thriller donde aparece una periodista que intenta encontrar y desenmascarar toda la verdad respecto del asesino (Zar Amir Ebrahimi, ganadora como mejor actriz en Cannes por ese papel), donde construye un rol de figura femenina heroica pero que al mismo tiempo hace caer a la historia en diferentes estereotipos incluido el típico relato de juicio y posterior condena -con los vericuetos de un proceso judicial en una cultura como la que describe-, desplegando un discurso ético y moral mucho menos lanzado que el de la primera parte y mucho más políticamente correcto.
Aún con las disparidades que pueden presentar en tonos y puntos de vista estas dos partes tan diferentes, “HOLY SPIDER” es una obra que crece como alegato potente frente a estos crímenes y que sobre todo intenta revelar cómo ciertos sectores de la sociedad -inclusive algunos medios- apoyaron a estos actos completamente aberrantes moviendo los límites de la ética, de acuerdo con la connivencia propia del sistema y revictimizando a quienes fueron asesinadas.
Abbasi vuelve a expresarse como un autor que quiere sacudir al espectador, moverlo a la reflexión y lograr que quede absolutamente involucrado en el clima de la historia. Algunos pensarán que en ese afán hay una cierta manipulación, una exposición indebida y sin pudor de los rasgos más sórdidos de la historia. Otros, que aún con ciertos excesos, estamos en presencia de un cineasta que con pinceladas de Gaspar Noé, Xavier Dolan, Lars Von Trier o el mencionado Akin –como podrían ser Michel Franco, Escalante o Larraín dentro de los directores latinoamericanos-, buscan un estilo propio con un sello de autor, poniendo el ojo de la cámara donde otros aún no se atreven.