Expresión más extrema de la miseria humana
Merleau Ponty en “Fenomenología de la recepción”, refiriéndose a lo que él llamaba lenguaje indirecto, usaba una metáfora para hablar del trabajo del escritor, y decía que era semejante a la labor del tapicero que trabaja con sus hilos en el canavá. Del revés va haciendo los nudos y trabajando los colores hasta que del otro lado del tapiz reproduce una imagen que representa su pensamiento.
Desde ese punto de vista se puede percibir en “Hombres de piel dura”, el último filme de José Celestino Campusano, como un tapiz al que sólo se le ve la figura final, pero no el entramado ni sus nudos. Porque en esa representación se puede distinguir que el realizador articula con la proximidad para dar agudeza y con la distancia necesaria para dar objetividad.
“Hombres de piel dura” fue escrito por Campusano basándose en una historia real sobre un sacerdote pedófilo que salió impune de la justicia. Pero también sobre la vida de los habitantes de un pueblo que, como reza el dicho “pueblo chico, infierno grande”, se las ingeniaban para enjuiciar, pero no para ayudar a una víctima.
Pero también sobre la población rural y su modo de entender el amor. En el protagonista, el amor, que en primera instancia debió haberlo recibido a través del padre y la madre, no lo obtuvo (salvo por su hermana que entendía su situación), y lo sustituyó por un cura que lo inicia en la perversión.
El amor es el gran ausente, en casi todo el filme de Campusano, en cambio el sexo funciona como generador de pulsiones, y en algunas secuencias hasta de modo animal. También se lo muestra como una expresión de poder y dominio sobre el otro. Sin embargo sí se especifica con claridad los deseos sado-masoquistas, de aquellos que son víctimas y victimarios.
El cine de Campusano es realista, visceral y cruel, como la misma realidad. Su postura es a la vez crítica con lo que ve a su alrededor y amorosa con lo que deja que el espectador entrevea en la singularidad de los gestos y las acciones de sus actores. La cámara sería para él una herramienta más fijada en el entrever, en lo sugerido, en lo que se relaciona con en el inconsciente, que con lo que muestra.
No es la ausencia de actores profesionales lo que caracteriza su realismo social, es más bien la manera, como diría André Bazin como articula los personajes. Éstos son antihéroes y como tales incapaces de controlar por sí mismos ninguno de los acontecimientos buenos o malos, cuyas consecuencias deben sufrir. Ese antihéroe fue Ariel (que interpretó Wall Javier y cuya actuación es excelente), que busca por todos los medios posibles no sentir la soledad a la que es condenado por ser diferente.
Hay algo más atroz que un niño manipulado, maltratado, abusado, sí, la venta de órganos, la prostitución de esos niños, etcétera.
Campusano en “Hombres de piel dura” se limitará a exponer o revelar esa maldad al mundo. En esa maldad, lo que importaba era mostrar la miserabilidad de un cura pedófilo. Esos actos de decadencia humana han hecho que la iglesia perdiera credibilidad y fe por parte de sus fieles.
El palíndromo es aquella figura literaria consistente en formar frases o palabras que se leen igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. En manos de Campusano el palíndromo se convierte en una metáfora del determinismo existencial: da igual la ruta que recorramos, porque hay algo esencial que jamás cambiará: la vida en el campo, en el pueblo, y en ese famoso “debut” que desde tiempo inmemorial practican los jóvenes adolescentes (no en las ciudades) para iniciarse en el camino de las relaciones sexuales mediante una madrina, que siempre fue una prostituta. El prostíbulo aún en los pueblos continúa siendo una vía de escape al tedio de los jornaleros.
Campusano muestra todo ese universo y es consciente que asesina la retórica narrativa para hacer triunfar la evidencia: el hecho realizado por un pervertido sacerdote sobre el símbolo de la bondad eclesiástica. Crea un cine de hipérbole sobre una realidad siempre sepultada por el mito religioso del premio o castigo a los feligreses, en el que no existe infierno o excomunión para los pedófilos.
José Celestino Campusano, más que denunciar desenmascara y se atreve a mostrar la realidad con obscenidad quirúrgica, porque no elude nada, ni esconde nada. Esto obliga al espectador a ser coparticipe de su búsqueda en los aspectos extremos de la persona.
Esta historia de “Hombres de piel dura”, tan sombría como perturbadora se basa más en los hechos que en los personajes: desprecio sexual, insatisfacción, restricción cultural, vejación, prostitución, violencia sobre los niños. Campusano como David Lynch, saca a la luz todo aquello de malsano que se agazapa bajo una superficie aparentemente sostenida por una hipócrita verosimilitud moral.
Sus películas son provocadoras, denunciadoras de todas las mentiras sociales y morales, y a veces resultan de una crueldad intolerable: herencia de Goya, Spilimbergo, Ricardo Carpani, y de todo el sentido trágico del ser humano que esos artistas claramente comprometidos con su tiempo y su contexto expusieron en la expresión más extrema de la miseria, la decadencia humana, y sus podredumbres