José Celestino Campusano es siempre el director personal y distinto que suele tomar temas candentes, sin atenuantes, que no le esquiva a la crudeza de las imágenes y tiene la fuerza contundente de su “cine bruto” pero que cada vez es más sofisticado. Aquí trata el tema de la homosexualidad en un ambiente rural donde se lo rechaza, soslaya y reprime, pero también se mete con los curas pedófilos, con una mirada terminante, concluyente, pocas veces vista. Dos sacerdotes, uno que está en el final de su vida y otro activo, los dos que han naturalizado sus abusos y que provocan repulsión con su poder en escenas rigurosas, algunas de enorme tensión. Por otro lado los deseos que no pueden concretarse en un mundo rural donde la masculinidad se resalta a cada paso. Igual que la hipocresía, la violencia y la prostitución. Con la utilización de drones para mostrar esa inmensidad apenas poblada o una iglesia derruida punto de encuentro de gays, quizás la mirada de un dios contrariado. Buenas actuaciones, convincentes escenas, diálogos con el sello del director.