Nada más intenso que el terror de perder la identidad”, Alejandra Pizarnik.
Un comedor infantil donde algunas monjas sirven la comida, cruces, una parroquia y el campo lleno de plantas espinosas, cardos, son los primeros planos de Hombres de piel dura, el último film de José Celestino Campusano. Así es como el director se mete de lleno con un tema tan actual como inquietante: el abuso sexual eclesiástico.
Ariel, interpretado por el youtuber Wall Javier, es un joven que vive en una chacra con su padre, el patrón, en una interpretación categórica de Claudio Medina, y su hermana. El film se desarrolla en el ámbito rural, pequeño y asfixiante, y gira en torno a la vida de Ariel, un joven gay, abusado por el cura del pueblo, que empieza a despertar a la vida sexual. Su padre desaprueba y censura, y su hermana, que mantiene sus relaciones lejos del pueblo y de la chacra, lo apoya incondicionalmente. Ya en la primera escena, una cena familiar, el director muestra la tensa relación entre el padre y el hijo cuando el padre hace referencia a “que el físico no te da”.
El prolífico José Celestino Campusano maneja dos ejes narrativos: por un lado el abuso sexual dentro de la Iglesia Católica y por el otro, el despertar sexual del protagonista. Terminada la situación de abuso con el cura, Ariel comienza relaciones con otros hombres, entre ellos un peón de la chacra, buscando compulsivamente el placer y la autoafirmación.
Otros personajes refuerzan el relato: los trabajadores de la chacra, machistas y duros, las prostitutas y el ambiente del proxeneta del pueblo, lugar al que recurrirá su padre para obligarlo a mantener relaciones con mujeres, y una joven prostituta, con quien entablará una relación de amistad. El film habla del abuso, de las relaciones de poder y sumisión, no solo a través de su personaje principal, sino también mostrando la condición de las mujeres, oprimidas y abusadas.
Campusano denuncia lo que la Iglesia Católica tapa, evidenciando el accionar de la institución que lleva a los curas abusadores a otros espacios para protegerlos. Es impresionante la escena que muestra la casa de retiro, con curas sentados en reposeras tomando sol, como lagartos, esos reptiles de sangre fría que miran de costado buscando presas.
En Hombres de piel dura, Campusano vuelve a hablar crudamente de las márgenes, de la realidad, de “lo que pasa” y lo hace fiel a su estilo: descarnado, brutal y genuino. Las denuncias de abusos por parte de curas e integrantes de la Iglesia Católica no tienen fronteras, se incrementan y salen a la luz cada vez más en distintas partes del mundo, con testimonios de las víctimas y la permanente búsqueda de impunidad por parte de las autoridades de esta institución. El retrato audiovisual específico de un caso sucedido en algún pueblo rural del interior actúa como muestra de un pequeño infierno que puede verse espejado en miles.
A diferencia de Vikingos o El Perro Molina, el cineasta afila más el lápiz componiendo un guión más complejo, planos cuidados y el uso del dron. Campusano no juzga, solo lee la realidad, levanta la vista, abre los oídos, escucha y lleva al celuloide lo que lo rodea, la realidad le provee y a partir de allí y brutalmente, golpea, sacude y perturba. Relata descarnadamente, desprovisto de coreografías que hermoseen las relaciones y los cuerpos que se encuentran en el placer.
Los diálogos son claros y brutales. Los curas hablan de sus abusos como si estuviera bien lo que hacen. No son ni tiernos ni compasivos.
El patriarcado y la carga de vivir en la clandestinidad, a escondidas, ocultando el deseo y la identidad, son parte del tejido de esta película.
Sin respiro ni colchón que amortigue ningún jab de esos que suele tirar el director, sin ninguna mañana que signifique un corte con la dureza, la película golpea sin tregua. La claraboya por donde escapar llegará cuando Ariel encuentre un lugar donde sea aceptado y querido.
Es un relato salvaje, alejado de toda hipocresía y de lo políticamente correcto. Se sumerge en las relaciones humanas, la sumisión, el poder, el patriarcado, la pedofilia y la lucha permanente contra un sistema que reprime cualquier intento de vivir de acuerdo a lo que cada ser humano ha elegido.