El realizador José Celestino Campusano lo hizo otra vez, perpetra (elija la acepción que más le conforme este término) un audiovisual, donde el título es casi un calificativo de las personas que viven en y del campo, Ahí se acaba la bonhomia de ésta producción
Por primera vez se aleja del conurbano bonaerense para filmar esta realización en su totalidad en zona rural de Argentina.
Pueblo chico, infierno grande.
El problema no es que quiere decir, sino los recursos que utiliza y como lo hace, el punto que el cine es el arte de la insinuación, si bien enarbola la bandera de la ausencias de sutilezas, parecería ser que ese uso tiene dos posibles lecturas. No sabe de alusiones, o es sólo para incomodar al espectador, al desprevenido.
No se toma su tiempo para nada, presenta los personajes y así son, no hay variables, ni variaciones, ni desarrollo de los mismos, el padre es un déspota, el cura un maldito perverso, la hermana es todo bondad para con el protagonista.
Si bien el relato se construye, (de alguna manera hay que decirlo) a partir de dos subtramas, ninguna se plasma como conflicto a desarrollar: una, la del cura pedófilo que pervierte al joven protagonista desde muy pequeño hasta que lo abandona, y dos, la de éste en busca de reemplazar eso que sentía que creía que era amor.
En los primeros dos tercios del filme todas son escenas sueltas sin conexión entre sí, sin conformar una mínima secuencia, luego se intenta pegar todo, pero queda aglutinado.
En medio el espacio rural, exagerando los maniqueísmos para todos y cada uno de los personajes.
Sin dejar pasar por alto que los diálogos de los personajes nunca los reflejan exactamente, pueden hablar tanto como un citadino o como filósofos, muy pocas veces como hombre de campo, por momentos da la sensación de que hubiera una sola voz dispersa entre los personajes, eso hablaría de la ausencia de un dialoguista que le diera a cada uno una voz propia. Como parámetro Pedro Almodóvar o Woody Allen, pero sería muy cruel de mi parte establecer estas comparaciones.
Los temas que quiere denunciar no son originales en la historia del cine, de muchas maneras, desde distintas filmografías y numerosos directores los han tratado, creadores de verdaderas joyitas del séptimo arte.
En esa búsqueda es que el realizador, queriendo ser crudo sin medias tintas, cae por demás en situaciones que no puede desarrollar y menos resolver.
Plagada de escenas sin sentido, en el sentido que sino están da lo mismo, nada aportan, con una muy mala utilización del sonido, sin respeto de los planos sonoros, es lo mismo que los personajes estén a 50 centímetros de la cámara que a 500 metros, todo se oye exactamente igual. Lo mismo sucede cuando queriendo copiar a Jean Luc Godard los diálogos son fuera de plano, o sea vemos al personaje que escucha de espalda en planos alternados, Todo un descubrimiento, mire. Sin Justificar, claro
Lo mismo sucede cuando en una escena utiliza el ralentado de las acciones de los personajes con música diegética y empática, sólo para mostrar que lo puede hacer, tampoco tiene alguna excusa estética o teórica para concebirlo.
Ni que hablar de lo seducido que esta, por lo que se ve en la proyección, de los travelling, técnica que su uso aplica una cuestión moral, según una frase atribuida al director galo nombrado anteriormente.
En este caso no se sabe a ciencia cierta cuál es el motivo, queda lindo, eso sí, pero su uso indiscriminado, exagerado y en mucho pasajes sin una adecuada guía para su progresión, termina agotando.
Como ejemplo claro de paneo de una cámara y continuidad con travelling, una escena abre con un falcón que pasa por detrás del protagonista sentado, éste se pone de pie y va a buscar a su nuevo amante. Alguien podrá hasta explicarlo como metáfora de una época de la Argentina que nadie quiere que vuelva. El problema para sostener esta interpretación es que el auto en cuestión es de color rojo y nunca más vuelve a aparecer en pantalla, paso por detrás y se esfumó.
Ni que hablar de las actuaciones, no son actores y se nota, claro que quien es el máximo responsable de todo esto, también como guionista, claro, no es Carlos Sorin ni el Ken Loach de “Tierra y libertad” (1995), ni se acerca.
La ausencia de respeto de las reglas ortográficas del lenguaje audiovisual da cuenta que más allá de la productora llamarse “Cine Bruto”, da la sensación de estar en presencia de mucha ignorancia de las reglas del lenguaje cinematográfico.
Alguien hablo de la “poética” de Campusano, para mi esta más cerca de la prosa de trazo grueso que de la poesía, y esto no es un verso.