Emotivo documental más próximo al arte que a la crónica informativa
Luego del atentado a la AMIA, ocurrido el 18 de Julio de 1994, surgieron varias historias y anécdotas de distinta índole acerca de las personas que murieron o lograron salvarse en ese funesto día.
Este documental cuenta la vida actual de una sobreviviente, Mirta Regina Satz, aunque le gusta que la llamen Regina, quien fue durante 18 años jefa de tesorería de la institución. Ella pudo salir del edificio destruido, sana y salva. Pero no se quedó atada al permanente lamento por lo ocurrido, ni victimizándose sino que, gracias a su capacidad de resiliencia, la hizo transformarse en otra mujer, en algo que lo tenía oculto, y casi, sin darse cuenta, encontró lo que la cultura japonesa llama Ikigai, es decir, una razón para vivir. Entonces abandonó su trabajo y comenzó a estudiar bellas artes y a frecuentar las milongas porteñas.
Su obra, la que le hizo volver a la vida, es la reconstrucción de una vieja casa que fue de sus padres y convertirla en un taller de arte, pero no en uno cualquiera, sino que este se distingue por tener la fachada cubierta por murales hechos entre todos los que quisieran, homenajeando a la sonrisa de Gardel. Cada uno lo realizó con su propio diseño y utilizando azulejos, cerámicos, platos, etc., todos rotos, quedó eternizado el rostro del tanguero más famoso del país.
Ricardo Piterbarg dirigió esta película para contar una historia distinta, donde la lección más importante no es escarbar y realzar el dolor, sino qué es lo que se puede hacer con él y usarlo a favor. Por eso, los momentos de emoción son acotados y justos.
El director cuenta con la gran fortuna de tener a la protagonista, que no se amilana frente a la cámara y se maneja con una gran expresividad física, verbal y gestual.
No sólo participa Regina, también lo hace su padre, su hija y el albañil que ayudó a refaccionar el lugar, entre los más destacados.
El film está producido con un gran sentido estético y narrativo único, no avanza el relato de forma tradicional sino cuidando cada escena. Amalgama los sentimientos, esperanzas, dolores y recuerdos con imágenes y sonidos de archivo, cuando es necesario. Además del tango, tocado por una guitarra y la compañía infaltable del bandoneón, principalmente, para que no termine siendo un documental más, sino una obra mucho más cercana al arte, que a la mera crónica informativa.
Así es como la artista logró que la incómoda mochila que carga sobre sus espaldas, con los momentos buenos y malos de su vida, pueda ser más liviana que hace 24 años.