Sonrisas heridas
IKIGAI, la sonrisa de Gardel (2017), documental dirigido por Ricardo Piterbarg, es un esbozo que gira en torno a una tragedia, en este caso un atentado terrorista que marcó a una sociedad y a un país como fue lo ocurrido con la AMIA, y que se convierte en una alegoría a partir de los sobrevivientes y en cómo han enfocado sus vidas después de tantos años. Una mirada necesaria e interesante pues apela a la emoción de lo que significa unir el arte, la gente y el recuerdo del dolor, como si del caos pudiera surgir una fuerza creativa para sobrevivir.
El 18 de julio de 1994 ocurrió el atentado terrorista a la AMIA. Mirta Regina Satz trabajaba como jefa de tesorería y aquel día se salvó de milagro y desde entonces se convirtió en una sobreviviente o como dice el título, IKAGI, que significa volver a vivir. Ella, una artista multifacética y bailarina de tango, ha repensando todo el tiempo como trascender lo sucedido a partir de una herida que no ha podido cerrar. No solo porque fue un golpe personal, sino uno muy duro para la colectividad judía en Argentina y para la sociedad en general. La sonrisa de Gardel fue el motor: Un mural con los azulejos donde el cantautor y símbolo argentino sea el artífice para renacer.
Sin duda que es importante la temática de este documental y resulta interesante la manera de generar simbología con la destrucción como eje para la creatividad. Una manera de superar un dolor. Sin embargo, sucede una doble apreciación con respecto a lo que vemos en sus imágenes y la forma en que se construye el relato. Por un lado tiene una acertado ir y venir, que resuelta atractivo puesto que utiliza el arte para dejar en claro y redondear el mensaje de los azulejos y el mural como figura central de lo que significa una vuelta a la vida por un sobreviviente. No obstante por otro lado, hay momentos en ese ir y venir entre la vida cotidiana, las entrevistas a otros sobrevivientes, las cortinas musicales del tango arrabalero y valses perdidos entre los talleristas de Mirta, donde aparece un gesto que apela demasiado a una sobre-emoción y a una excesiva presencia de su protagonista, como si el dolor pudiera volver a gesticularse o sobreactuarse. Lo llamativo es que son las mismas imágenes las que demuestran tener la respuesta. Hubiera sido más idóneo construir desde las imágenes para elevar la simbología de la fragmentación y el dolor; en lugar de sólo corporizarlo en Mirta y las imágenes sobre-estetizadas que dan la impresión de una nueva vida que visualmente resulta “forzada” en su reconstrucción.
IKIGAI, la sonrisa de Gardel tiene una forma de vaivén para contar que engancha y luego genera un desapego. Una especie de línea sinusoide, con subidas y bajadas que al final dejan un mensaje muy emotivo sobre todo cuando encaja la idea del azulejo y el mural dedicado a Gardel. Además toda la imagen poética de Mirta caminando entre los escombros es de una gran fuerza. Pero así mismo algunos testimonios en su manera de estar filmados rompen un poco con el estilo planteado. Cae un poco sobre lo ya visto y sobre lo ya dicho, y se percibe más cuando el documental evidencia que no tiene mucho más para decir y continúa hilando imágenes. Después de todo es una película que trae mucha alegría, el gesto de sobrevivir siempre es atrayente, su forma de ir para adelante lo mantiene a flote y no deja de ser un mensaje importante sobre una tragedia que no se puede olvidar.