Ikigai

Crítica de María Bertoni - Espectadores

El 24º aniversario del atentado a la AMIA resulta un marco propicio para el desembarco –por ahora porteño– del tercer largometraje de Ricardo Piterbarg, Ikigai. Volver a la vida. De hecho, la voladura intencional de la Asociación Mutual Israelita Argentina el 18 de julio de 1994 constituye el punto de partida y a la vez eje central de este retrato de la artista plástica Mirta Regina Satz.

A tono con la especialidad –el mosaiquismo– de su musa inspiradora, el realizador criado en La Boca también trabajó con piezas de distintas formas, texturas, colores. Por ejemplo, la definición del término japonés erigido en título del film, anécdotas de inmigrantes temerarios, melodías y pasos de tango, la legendaria sonrisa de Carlos Gardel, testimonios de colaboradores, alumnos, familiares, postales de los barrios de Parque Patricios y Balvanera (u Once), recreaciones varias del desmoronamiento que una detonación criminal provocó un cuatro de siglo atrás en la calle Pasteur.

En las antípodas del modelo de resiliencia estrictamente individual, Piterbarg resalta la dimensión colectiva del resurgir personal y profesional de Satz. Por eso se concentra en la evolución de una de las obras que la fundadora de la escuela de arte Inclán dirigió años atrás: el precioso frente que desde 2015 viste la casa familiar devenida en taller barrial.

“La cultura es un enorme corazón que nos da vida y este mural es un latido más en nuestra amada Buenos Aires” lee esta mujer que emergió de los escombros de la vieja AMIA, abrazada a la segunda oportunidad que le brindaron las actividades artística y docente. Como la cigarra protagonista de la entrañable canción de María Elena Walsh, Mirta Regina también resucitó y encontró quien la acompañara –en su caso– a rescatar trocitos de azulejos descartados, a reinventar veredas, a restaurar fachadas.

En una sociedad más atenta al presente de las celebrities que a las enseñanzas más o menos recientes de la Historia, Ikigai es una propuesta osada por partida doble. Primero porque invita a descubrir una luz ajena al firmamento de estrellas estereotipadas; segundo porque evoca el recuerdo de un episodio trágico de nuestro pasado nacional.

Mientras tanto, Piterbarg le rinde tributo a la cultura porteña en tanto amalgama de venecitas de origen europeo, japonés, paraguayo, milonguero. A su manera, el realizador también le da gracias a la desgracia que mata tan mal y deja seguir creando.