Ikigai

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Los azulejos felices.

En un soplo, la mutual de la AMIA se derrumbó al detonarse la bomba asesina. En un soplo, la alegría dio su último estertor y la vida se apagó de tristeza. En el tango Volver, la inconfundible voz del que cada día canta mejor dice ...sentir que es un soplo la vida… pero luego del 18J, fecha nefasta para la historia argentina contemporánea, lo único que se siente tras la impunidad es que allí en la calle Pasteur persiste el soplo de muerte desde el 18 de Julio de 1994.

El luto de un sobreviviente es otro tipo de luto y esa mezcla de haber logrado permanecer a expensas de todos los que ya no están por correr otra suerte en su destino genera tantas partes o fragmentos, que arrancan por la identidad, desgarran los recuerdos y se unen en un silencio que va por dentro. Algunos reponen ese gigante vacío desde las entrañas con el cuerpo y otros a partir de recuperar un orden ante tanto caos y destrucción. Unir los pedazos rotos para reconstruir, leit motiv de la voluntad y la razón de vida que motivó a Mirta Regina Satz, quien se encargaba de la parte de tesorería en la AMIA y fue testigo de la explosión y una de las encargadas voluntarias en la recolección de objetos entre escombros y ruinas, sobre un caos de vida y muerte.

Su arte y su enfático deseo de crear mutó por varios caminos, que tienen al tango y a la sonrisa inmutable de Carlos Gardel como símbolo de resistencia. Frente a tanta destrucción de vidas y sueños, la sonrisa de Carlitos y de la propia Mirta permanece y también para ella el fulgor de un pueblo o comunidad que desde sus ancestros festejan cada minuto de existencia. Si por cada minuto de felicidad se buscara un azulejo, entonces la configuración de una imagen fragmentada se transformaría en un mosaico al que la muerte o el deterioro causado por el paso del tiempo no le afectarían.

Esa idea encontró una usina colectiva, decenas de personas que sumaron trabajo, creatividad y afecto por la artista que además de darle forma a su proyecto con los mosaicos de la fachada en la calle Inclán 3090, bailar con su pareja en un andamio o estimular a los niños y adolescentes para que hagan del arte parte de su esencia, cuenta a cámara su historia, sus enfrentamientos con ese recuerdo funesto de guardar pedazos de vidas en bolsas negras, a la vez de su necesidad de no contar más esa historia por temor a quedarse demasiado corta en detalles o faltar a la verdad por las malas jugadas de la memoria y los mecanismos de defensa que operan a la hora de viajar por el colectivo del pasado.

El único colectivo al que se sube Mirta es al colectivo artístico y comunitario para ir siempre hacia adelante como esos tangos donde se vuelve al primer amor, que para los ojos de la artista, retratada por Ricardo Piterbarg, son los rasgos culturales de su Buenos Aires querido.