La inasible historia del cerdo salvaje.
El dúo de realizadores describe un universo de hombres que van tejiendo un relato que podría ser fiel o reordenado por las leyes del cuento popular. Con ello le dan forma a un film disfrutable, que nunca se pone por encima de sus protagonistas.
Filmada a poco más de cincuenta kilómetros de Roma, en el centro y los alrededores del pueblo de Vejano, Il solengo regresa a la región y a algunos de los personajes de Belva nera, el esfuerzo anterior de la dupla de italianos Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis. En una entrevista publicada ayer en Página/12, Rigo de Righi (que conoce muy bien Buenos Aires, ya que lleva viviendo un tiempo en la Argentina, con escapadas frecuentes a Roma) afirmaba que “es una película sobre los mitos” y, como tal, un documental acerca de una persona que puede ser tal y como se la describe, o bien todo lo contrario. O algo a mitad de camino entre ambos extremos. La historia de Mario de Marcella (o el solengo del título, siguiendo el apodo de aquellos cerdos salvajes que son expulsados de la manada) resulta el pretexto ideal para que el dúo de realizadores se adentre aún más en una microsociedad que –más allá de los cambios tecnológicos y de otras categorías ocurridos– permanece atada a una cosmovisión con idearios y formas de comunicación bastante diversos a los citadinos.
“Ahora vas al banco y sacás algo de plata. Antes, si no plantabas papas o algunas semillas no comías”, dice uno de los ancianos cazadores que conforman el particular coro griego de Il solengo, comentadores de un relato que el espectador nunca conocerá de primera mano. “Mario era salvaje, tenía una mirada dura”, dice otro, aunque un tercero aclarará más tarde que “si no lo molestabas, no era violento”. Todos coinciden en que el trauma de origen de ese hombre ermitaño, recluido en cuevas y chozas en los límites del pueblo, tuvo lugar durante sus primeros meses de vida, a fines de los años 20, luego de que su madre asesinara a los golpes al marido. Si ese esposo era o no era el padre de Mario o si fue realmente la mujer la homicida (¿o acaso el padre de ella tuvo algo que ver en el asunto?) es apenas el punto de partida del embrollo narrativo, de las infinitas variaciones y ramificaciones de un relato que, como toda leyenda, quizá sólo oculta una pepita de verdad en su interior. Como ocurría con aquellos legendarios linyeras caídos en desgracia por acción u omisión, el barrio escucha y repite y vuelve a reiterar –con ligeras o fuertes alteraciones– aquello que escuchó, legando a nuevos interlocutores ficciones y realidades de difícil discernimiento.
En ese andar por los caminos del racconto popolare de la zona y a partir de un montaje que entrelaza, contrapone y hace chocar las crónicas a cámara de los cuentistas, Rigo de Righi y Zoppis describen un universo de hombres que se reúnen diariamente alrededor de una botella de grapa o vino rosso para intercambiar opiniones y chimentear. O, luego de la caza, enfrascarse en la transformación de las vísceras de un cerdo recientemente carneado en una masa sin forma (mejunje ideal para el guiso). Las mujeres están ausentes y no aparecen en cuadro, aunque en más de un momento serán mencionadas por estos hombres de aspecto recio que –visto de esa forma– parecen haber escapado un rato del influjo inmenso de sus esposas. Un camino por los ahora deshabitados dominios de Mario transforma momentáneamente al film en una suerte de parodia de un documental antropológico, con uno de los lugareños como inopinado guía, mostrando a cámara algunos de los objetos utilizados por esa civilización de un solo hombre.
Film extremadamente frágil por su tema y por su forma, que no pretende ponerse por encima del relato de los protagonistas ni embellecer con planos paisajísticos o comentarios pintorescos el núcleo de interés, Il solengo cierra el viaje con una breve escena que, lejos de resignificar todo lo visto y lo escuchado, reafirma lo inasible de la vida de todo ser humano. Eso que algunos llaman espíritu. “Mi novia murió. Se llamaba Eugenia”, dice esa última voz a punto de apagarse. Y la imagen de esa serpiente típica de la zona vista con anterioridad regresa a la memoria y adquiere una relevancia antes soslayada.