Hay algo espectral y casi espeluznante en esta cinta. Il solengo, “el solitario” en italiano, es un tal Mario de Marcella, un espectro al que no se verá durante el film pero será recordado de diversa manera por un grupo de parroquianos, habitantes de un pueblito montañés situado en las afueras de Roma. Alguno se reirá, otro hablará de un enigma absoluto, pero nadie hará sentir (y aquí está la fuerza del documental) la irrelevancia de Mario de Marcella, pese a su total anonimato. Y todos se refieren a él como a un ser feroz, un loco, un ermitaño a quien mejor no cruzarse (hay referencias de otros, igualmente anónimos, que tuvieron el tupé de gastarle una broma, y la terminaron pasando mal). En un ambiente pastoril, poblado de seres casi brutales, de aquellos que cazan y comen lo que cazan, el aislamiento de Mario resulta casi lógico y su retrato es magnético y elusivo, como una pintura de Van Gogh.