Migrar es sólo una ilusión de progreso
Se debe estar más atento de lo usual con las obras que cuestionan temas moralmente reprobables. La falta de matices en ellas puede tender a conclusiones sustentadas en criticar a partir de prejuicios, válidos o no, pero sin detallar las circunstancias específicas de cada hecho. No porque una película reproche la moralidad cuestionable de otra época, o siquiera la exponga, es una buena obra. Tampoco lo contrario: un film que exponga una conciencia aprobada por nuestros comportamientos actuales no es necesariamente una buena pieza.
Impuros (2018) reúne dos temas explotados desde hace décadas: los judíos y la prostitución. Pero aquí hay un giro diferente en principio: investigar la trata de mujeres europeas hecha por los propios judíos en Argentina desde finales del siglo XIX hasta la década de 1930. Así, el documental indaga en el rol de este grupo social fuera del sufrimiento al que usualmente los vinculamos por lo vivido en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. En un primer nivel, los directores están cambiando el preconcepto de asociar a los hebreos con el dolor.
El problema de esto es no “desdramatizar” las circunstancias ofrecidas por los realizadores en el segundo nivel. Muchos podemos entender la situación inquietante en la que se encontraron estas mujeres engañadas a casarse para luego ser prostitutas. Y en un momento clave para la violencia de género y la salud pública con respecto al aborto, resulta muy oportuno un documental que aborde este conflicto desde décadas y siglos pasados, como una suerte de antecedente. Sin embargo, ¿qué hay más allá de la moralidad que desvinculó a los judíos de los proxenetas que había entre ellos?
El documental presenta, por lo menos, una posición en contra. Abraham Lichtenbaum, el mismo que pide “desdramatizar” la prostitución, cuestiona incluso la necesidad de indagar en la identidad de estas mujeres traídas desde distintos países europeos. Pero los realizadores de inmediato aprovechan la excusa de la vigencia actual, que de a ratos parece un tanto inconexa con el resto de la obra, para exponerla con Sonia Sánchez, una migrante activista que lleva el hilo dramático de la película. Ella visita el sector de los “judíos impuros” en el cementerio, entre quienes se encuentran lápidas anónimas donde se supone que están enterradas algunas de las prostitutas; reflexiona amargamente sobre este rol de la mujer y lee en voz alta las cartas de algunas de ellas.
Por su lado, la música contribuye de una manera muy elegante a brindarle misterio a la época investigada. Es probablemente ella la que invita a ver la película hasta el final. Si bien hay pasajes dramáticos que desentonan, la mezcla de clarinetes, cello y contrabajo hacen pensar en la naturaleza subrepticia y diversa con la que funciona la historia a fin de cuentas.
Finalmente, que varios de los investigadores señalen el gran alcance económico de estos judíos en la sociedad da cuenta de las conveniencias que se manejan entre los poderes de una ciudad. Estos proxenetas incluso mandaron a construir el cementerio en Rosario para poder ser sepultados ahí y tenían contactos en la policía para hacer la vista gorda cuando fuese necesario. Pero el documental carece de una propuesta diferente que brinde nueva luz sobre las bases inestables que fundaron la sociedad de hoy en día. Por el contrario, propone un somero repaso informativo que, eso sí, impulsa cambios en nuestra manera pasiva de ver la prostitución como un negocio.