¿Deberíamos imponerles un límite moral a los ejercicios de memoria colectiva? Si no lo hacemos, ¿corremos el riesgo de degradar el derecho a revisar nuestro pasado a la categoría de curiosidad morbosa? El planteo que se desprende de Impuros es tan interesante como la porción de Historia que relata el documental de Florencia Mujica y Daniel Najenson: la trata de mujeres en la Argentina de principios del siglo veinte, a manos de una agrupación de proxenetas judíos oriundos de Polonia.
A medida que avanza el largometraje, el historiador Haim Avni y el director de la Fundación IWO Abraham Lichtenbaum se revelan como representantes de dos posturas antagónicas. El primero alienta la investigación histórica metódica y comprometida; el segundo advierte sobre el peligro de reducirla a una insolente y destructiva práctica de onanismo intelectual.
Mujica y Najenson articulan las declaraciones de estos dos entrevistados con las apreciaciones de otros investigadores –por ejemplo Yvette Trochon y José Luis Scarsi– y con el material que permite reconstruir el modus operandi de la mafia denominada Zwi Migdal, así como los intentos desesperados de sus víctimas por escapar y reclamar justicia. En este punto cabe destacar un gran mérito de los realizadores: la capacidad para encontrar cartas, artículos periodísticos, documentos oficiales e incluso el testimonio de descendientes de una de las mujeres sometidas a explotación sexual.
Los directores erigieron a Sonia Sánchez en conductora de este viaje en el tiempo. El rol acordado a la activista chaqueña, sobreviviente de una red de trata contemporánea, explicita la adhesión a la postura de Avni y demás investigadores que señalan la importancia de desenterrar los secretos del ayer cuando se apunta a construir un hoy menos perverso.
El adjetivo Impuro cambia de matiz según el objeto calificado: expresa criminalidad cuando remite al accionar de los rufianes, repulsión cuando se refiere a la condena social hacia estos delincuentes, vergüenza cuando describe el sufrimiento de las víctimas. Desde el punto de vista de Lichtenbaum, también es impura la indagación que –en las antípodas de las hagiografías– desentierra hechos putrefactos y ensucia muertos.
Además de visibilizar un antecedente poco (o nada) conocido de la trata de blancas en nuestro país, la película de Mujica y Najenson invita a reflexionar sobre la memoria y el olvido colectivos. A partir del protagonismo acordado a Sánchez, también revindica la importancia del activismo a la hora de combatir la cosificación y explotación de la mujer.
Impuros consigue mucho en apenas 86 minutos. Se trata de un documental saludable para quienes entendemos que las sociedades maduran y mejoran cuando les ponen punto final a los pactos de silencio sellados en el pasado.