HIPOCRESÍAS DE AYER Y HOY
Hace unos años el documental Malka, una chica de la Zwi Migdal, de Walter Tejblum, reveló, a partir la historia de vida de Malka Abraham -y su asesinato no reconocido oficialmente-, una trama que involucraba a inmigrantes polacos con el tráfico de mujeres que eran traídas al país para ser prostituidas. Esa historia, que se extiende entre fines del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX, es ahora ampliada a través de otro documental, Impuros, dirigido por Florencia Mujica y Daniel Najenson, que detalla cómo era el accionar de aquella organización conocida como Zwi Migdal y de qué manera se daba la complicidad con las fuerzas policiales y los poderes judicial y político de aquel entonces. Ambas películas se complementan y forman un poderoso alegato.
Mujica y Najenson recurren a un formato absolutamente clásico, de entrevistas e investigación, para desandar este camino y exponer no sólo un crimen atroz (o miles de crímenes, para ser más precisos y teniendo en cuenta el material recopilado sobre cartas de mujeres que pedían algún tipo de ayuda ante el sometimiento del que eran víctimas) sino la culpa que pendía sobre la comunidad judía, y que se extiende hasta estos días. El “impuros” del título hace mención a la calificación que alcanzaron aquellos proxenetas una vez que eran enterrados en el cementerio, a regañadientes del resto de la comunidad y con el objetivo de cumplir con los procedimientos religiosos de rigor. Pero “impuros” es, también, una forma cínica de silenciar una historia, de no aceptarse en el otro y de correrse para no asimilar la culpa. Señalar que esos judíos no eran realmente como los otros judíos. Como relata Haim Avni, del archivo central de la historia del pueblo judío en Jerusalem, uno de los mayores escollos que encuentran quienes quieren investigar este asunto es la idea de que da motivos al antisemistismo.
Impuros avanza sobre dos frentes. Por un lado, la trama judía, el accionar de aquellas instituciones que se respaldaban en la legalidad obtenida (la lectura de documentos oficiales de aquellos tiempos genera escozor) y en el entramado social y económico que les otorgaba cierto estatus. Pero a partir del testimonio de la militante anti-trata Sonia Sánchez, también trasciende el hecho histórico y reflexiona sobre un presente que no dista tanto de aquellos tiempos. El rol social de la mujer y el hombre, una herencia cultural sobre lo femenino y lo masculino que habilita diversas aberraciones, y un silencio oficial que se construye sobre muerte y sangre de sectores relegados. Sobre el final (en el pasaje más vibrante del documental y donde se exponen las rispideces internas de una comunidad que no se abre demasiado a la autocrítica), Abraham Litchtenbaum, de la Fundación IWO, deja en claro esa hipocresía sobre la que se sostiene el silencio y nos deja el trago amargo de lo que debería cambiar y no puede hacerlo mientras no se derriben determinados muros.