Una clase de esperanza
Ricardo Díaz Iacoponi instala a través de la película Industria argentina, el tema de las fábricas recuperadas. El guión describe el proceso sin vuelta atrás que se inició con la crisis de 2001 en el país. El recorrido emblemático también instala preguntas sobre el planteo capitalista que ha marcado la cultura del trabajo y un modelo determinado de empresa, como partícipe imprescindible en la noción de producción y progreso. Con el rol protagónico de Carlos Portaluppi, la película adopta el formato de docu-drama, una suerte de ilustración ordenada y sencilla del caso de una fábrica de autopartes en un barrio bonaerense. La historia incluye algunos elementos de los que el costumbrismo televisivo ha abusado y que aquí pone en clima la tragedia que cae sobre Juan y sus compañeros de trabajo. El señor Juan Carlos (Manuel Vicente) les pide paciencia mientras les fracciona el salario y les hace firmar recibos mentirosos.
Así comienza la crónica del desempleo en una sociedad devastada por las malas políticas y la corruptela generalizada. A Juan no le falta nada: su esposa espera su segundo hijo, el banco lo llama porque se atrasó en la cuota del crédito hipotecario, se bajó la persiana de la fábrica y muy lejos en el horizonte se balbucea la palabra 'cooperativa'. El cuadro va sumando complicaciones que ponen a prueba al sujeto colectivo, interpretado por un grupo de muy buenos actores que juegan el realismo sin golpes bajos ni tics. Juan es correntino, bonachón, devoto del Gauchito Gil. Como los demás, sólo quiere seguir trabajando. La película expone los problemas derivados de la quiebra y avanza sobre las soluciones con la bandera del cooperativismo. Ante las frases 'la plata no está, no hay más guita', las escenas grafican la idea de que esa situación límite enfrenta a pobres contra pobres.
Se ve creíble el elenco que asume la toma, en la vereda, rumiando impotencia. Los personajes se vuelven expertos en derecho laboral y discuten sobre el cambio en la cultura del trabajo. Soledad Silveyra, como síndico de la quiebra, presenta objeciones frente a la intención de los trabajadores de hacerse cargo de la fábrica. Entre dilemas, miedo y hambre, Industria argentina ofrece una posibilidad de reconstrucción, a través de diálogos breves, primeros planos elocuentes y la emotividad que Portaluppi maneja con maestría. "Estoy cansado de olvidar. No puedo renunciar a lo que soy", dice, y hay que creerle.