Film que a primera vista aparece como casi imprescindible en su confección, producción y exhibición. El problema se suscita cuando se pone en juicio hacia quien va dirigido, por cuanto lo que narra les importará a aquellos que ya conocen la historia, para quienes el producción les agrega poco y nada, en tanto por otro lado aparecen los que no se dan cuenta de la realidad que los circunda, estos, por ende, tampoco registraran su estreno.
La crisis económica provoca el quiebre de una gran cantidad de empresas, muchas serán finalmente producto de grandes estafas.
En ALURMAR, una fabrica metalúrgica, los trabajadores se resisten a perder su único medio de vida. Juan Rable (Carlos Portaluppi) es uno de los viejos empleados, trabaja desde adolescente, allí desarrolló su oficio, es lo que sabe hacer, sólo eso, pero que desde hace meses no cobra su salario. Su mujer embarazada y sus deudas le hacen ver un futuro muy poco promisorio. Poco a poco, tomando el control de su desesperación, Juan, su mejor amigo, Daniel Alanis (Eduardo Cutuli), y sus compañeros comienzan, por consejo de un abogado, a organizarse como una cooperativa de trabajo para mantener en funcionamiento la compañía “abandonada” por sus dueños. Así toman el pesado camino de construir una empresa sin patrones.
Independientemente del discurso y de la historia, el filme tiene entre sus hallazgos la construcción del personaje de Juan Rable por parte de Carlos Portaluppi, que es increíble, poniendo en compromiso a todos y cada uno de los recursos expresivos e histriónicos necesarios como para creerle todo, incluso en los momentos en que sabemos que miente. Esa tarea tiene muy buena compañí, en primera instancia con Eduardo Cutuli, al que tuve el placer de verlo varias veces en el teatro lo que me permite considerarlo como un gran representante de la escena nacional. Igualmente la performance de Aymara Rovera, y el fino oficio de Soledad Silveyra quien responde eficazmente cubriendo con solvencia al síndico encargado de rematar la empresa.
Una realizción pequeña, sin demasiadas pretensiones, bien realizado y claro en sus conceptos e ideologías, que se deja ver, por momentos emociona, no tiene golpes bajos y no aburre. ¿Se le puede exigir otra cosa?
Si bien el filme huele todo el tiempo un poco a oportunista, es verdad, pero se le debe agradecer al guionista y realizador Ricardo Diaz Iacoponi que no destile efecto K. Es claro, políticamente más que correcto. ¿Quién se pondrá en contra de la lucha por la dignidad que produce tener trabajo? Como escribía Leon Tolstoi en su texto “No Puedo Callarme” de 1908, “... pues existe esta profunda miseria del pueblo, privado del primero y más elemental derecho del hombre: el derecho a trabajar. Y este es el peor de los crímenes...”