La conquista de la autonomía
Ricardo Díaz Lacoponi consigue plasmar un hermoso relato aleccionador a pesar de un tema que en sí mismo se presta con gran facilidad a los excesos y a los golpes bajos, como son los problemas y angustias de las clases más vulnerables frente a la inestabilidad laboral. En este sentido, el primer logro importante del film es, a mi entender, su sencillez y aplomo en el tono narrativo y en la economía casi neorrealista del uso de las imágenes y los escenarios; no pretende ser un relato épico de un tema conmovedor, sino un relato modesto (en pretensiones y en recursos) de una historia que sí es épica en sí misma.
El segundo logro, seguramente derivado del primero, es la sobriedad en el manejo de las actuaciones y la homogeneidad casi general en las buenos desempeños actorales del equipo de intérpretes, entre los cuales destaca de un modo notable la labor de Carlos Portaluppi por su genuina expresividad y la construcción de un personaje complejo, contradictorio, emotivo y humano, que no duda incluso en mostrar gran cobardía ante situaciones dramáticas como el momento en que deja solo a su compañero ante la iniciativa de la huelga frente al patrón.
Dentro del mismo rubro, el único punto flojo es el diseño unidimensional de la figura del empresario, repleto de rasgos estereotipados que le quitan toda posibilidad expresiva e impiden profundizar la complejidad de un relato que podría haber avanzado en una doble humanización -negativa y positiva- de los dos ejes actanciales: la de los héroes y de los oponentes. En este sentido, también es de lamentar que haya quedado a mitad de camino la buena intención del narrador al proponer un personaje intermedio y ambiguo, el obrero traidor, pero dejarlo sin efecto al redimirlo inmediatamente previo a los momentos más dramáticos del film.