Hay un solo Robert Rodriguez, capaz de presentar las historias más absurdas y extremas en un homogéneo y aggiornado registro clase B, y el canadiense Patrick Lussier, especialista en cine de terror, intenta con Infierno al volante emparentarse frenéticamente al notable estilo del realizador de Machete y Del crepúsculo al amanecer. Sin conseguirlo, claro, más allá que su film tenga un buen arranque a través de un inmortal sediento de venganza (Nicolas Cage), que perseguirá a una secta criminal que sacrificó en un ritual a su hija y que hará lo propio con su pequeña nieta. A bordo de un reciclado auto deportivo y con inmejorable compañía (la súper sexy Amber Heard), recorrerá las carreteras en un atrayente despliegue de súper acción y parodia con estética de comic. Pero luego la propuesta se desvirtuará en su propio desborde de cadáveres acribillados, chatarra ensangrentada, interminables peleas cuerpo a cuerpo, enviados demoníacos y fuegos del averno. El personaje de Cage recuerda al de Ghost rider, el vengador fantasma, y no se puede negar que el film proporciona un suculento plato para un ávido público seguidor de este subgénero. Violencia gore, vehículos retro, cachondas chicas onda Hustler y un premeditado mal gusto son la clave para una pieza muy clase B o Z en un renovado 3D, que puede ser tan amada como detestada.