Cuando un abuelo decide tomar las armas
Todo es exceso, acumulación, centrifugado de citas y referencias en la nueva película del director de Sangriento San Valentín, que parece un Tarantino tuneado.
Autos, tetas, gore y autoconciencia: en Infierno al volante todo está potenciado más que a la enésima, si ese más fuera concebible. Es como si en lugar de calzarse sobre la nariz, los anteojitos 3D se implantaran directamente en el cerebro, dándole al mundo un relieve deforme, paródico y gozoso. Llena de trompadas, volantazos, duelos, tropos de cine de superacción, citas intertextuales y “nenas” calientes, Infierno al volante parece el Tarantino de A prueba de muerte, dirigiendo Rápido y furioso 5000 mientras lee una colección de comics apocalípticos.
En sus tres o más dimensiones, la nueva panzada (white) trash de Nicolas Cage es la clase de película que requiere de mucha complicidad y poca sospecha, entregando a cambio un par de horas de cosa gorda. Rubio, muy serio y aplastando cada palabra entre los molares, Cage, para la ocasión John Milton (sic), anda detrás de los que mataron a su hija y secuestraron a la nieta, beba de meses. Un abuelo en armas cruzando el sur más primario de los Estados Unidos, el que va de Texas a Louisiana. En la primera escena y como para que quede claro, el tocayo del autor de El paraíso perdido persigue y cruza a otro auto, hace volar en pedazos a un par de sus ocupantes y deja al tercero llorando, con una rodilla en pedazos. A la nieta la secuestraron los miembros de una secta satánica, banda de rednecks salvajes conducidos por Billy Burke (el padre de la protagonista, en la saga Crepúsculo), con la intención de sacrificarla en honor a Belcebú.
Por el camino, a Milton se le suma una chica brava, que acaba de quedarse sin trabajo y sin novio (Amber Heard parece la rubia de A prueba de muerte, pero en versión exploitation). Sin trabajo, porque harta de los aprietes del grasoso dueño de la cafetería le apretó los huevos detrás del mostrador (quien busque sutileza deberá viajar más al norte). Sin novio, porque cuando éste, un patovica como de discoteca (¡coguionista de la película, además!), estaba a punto de aplastarla con su bota texana llegó Cage y lo hizo saltar por los aires. Milton tiene, a su vez, uno que lo persigue. Dice llamarse “El contador”, pasa por agente del FBI, tiene poderes sobrenaturales y es capaz de clavarle a alguien un bate bajo la clavícula, para revolverlo concienzudamente después. Da toda la impresión de provenir de alguna zona sulfúrica y subterránea, de la cual tal vez el propio Milton haya escapado. Uno de los grandes villanos del cine contemporáneo, el gran William Fichtner lo compone con un cancherismo como de clan Sinatra.
Coescrita, coeditada y dirigida por Patrick Lussier, en su primer tercio Infierno al volante coquetea con un uso complaciente del sexo, la violencia y, peor aún, ambas cosas juntas. Se toma en sorna el dolor ajeno, despliega como objeto el cuerpo femenino (sacudida de acá para allá, la cabellera de Amber Heard parece una colonia de algas), observa impasible el castigo brutal a la chica en el piso, recurre al mito del macho providencial. Todo eso resulta raro, ya que en la anterior Sangriento San Valentín, Lussier no sólo usaba muy bien el 3D (aprovechando el volumen y la profundidad, antes que el lanzamiento hacia cámara), sino también el sexo y el gore, reconvirtiéndolos, mediante el exceso, en una forma de desafiar el sentido común y la sensibilidad media. Un encame memorable, en el que Cage se trenza a tiros con media docena de bestias desalmadas, sin desabotonarse jamás de una gorda gimiente –y sin soltar la botella de Jack Daniels– marca el corte aquí.
De ahí en más todo es exceso, acumulación, centrifugado de citas y referencias. “El contador” adopta alternativamente los nombres de Raimi o Carpenter. Milton porta una humeante arma mítica, que lleva el nombre de Godkiller. Un cultista lleva un pelucón que parece de Soldán y Romay juntos. En la banda de sonido se oye “Ride With The Devil”, pero el combo autos + satanismo remite a Race With the Devil, una de los ’70 con Peter Fonda y Warren Oates. El tanque de un camión cisterna pasa volando en ralenti, un tipo es arrollado por un auto como de dibujo animado, dos chicas se trompean desnudas, hay una misa negra y un agujero negro, alguien exclama: “¡Esto se fue al carajo!”. Vaya que sí: es como si el Coyote y el Correcaminos se hubieran cruzado con un Víctor Maytland colocado, en las sucias páginas de un comic en 3D.