El ahorcado
Para ganar en el juego del ahorcado hay que descubrir una palabra misteriosa antes de que el cuadro se complete. Letra a letra, las chances de revelarse o perderse son parecidas a las que atraviesa cualquier persona que busque -estérilmente- conocer las causas que llevan a una persona a la muerte cuando nada indica enfermedades o cualquiera otra dolencia que no sea la del corazón. Y las palabras que se intentan ocultar en letras para ser descubiertas, a veces representan ni más ni menos que una opresiva angustia.
En el segundo opus de Nadir Medina (El espacio entre los dos) las palabras aparecen acompañadas de grandes momentos de emoción o silencios marcados desde la ausencia. Nuevamente, un trío de amigos, Martín, Pablo (Santiago San Paulo) y Jesi (Jazmín Stuart). La ciudad de Córdoba como ese espacio de andanzas y aventuras de adolescencia para diluirse cuando Jesi escapa a España de una de las tantas crisis que azotan el país. Indicios de 2001 se respiran en las palabras entrecortadas de Jesi, ahora en calidad de visita desde Madrid para intentar recuperar un tiempo perdido con Pablo y entender algo más sobre la muerte de Martín. Pero pasaron muchísimos años y en el caso de Pablo las ausencias fueron dos: la de Jesi, su amiga de la vida, y la de Martín, su última pareja que en la película de Medina surge siempre desde el fuera de campo. O en una licencia onírica flotando en la noche cordobesa y atado a la soga que se eleva desde el cuello de Pablo, en un deambular cansino como si el peso de la culpa y la ausencia necesitaran soltarse para empezar otra vez.
Y empezar otra vez es lo que pretende Jesi para encontrarse con un Pablo muy distinto al que la despidió a las apuradas en su huida. Un Pablo algo hospitalario pero distante como aquellos amigos que deciden reencontrarse y recuperar los recuerdos donde Martín vuelve a salvarse por unas horas antes de caer ahorcado, porque nadie acertó la palabra; porque las letras no aparecieron en el momento indicado y el peso de la ausencia fue más fuerte. También la melancolía de una amistad herida por el lacerante paso del tiempo.
Nadir Medina consigue desde la austeridad de la palabra decir mucho sobre las transformaciones, los duelos y la búsqueda de la identidad entre anécdotas, risas, algo de alcohol y reproches entre sábanas.