El Pixar Show
Haciendo equilibrio entre una historia empática con la de cualquier familia y una ocurrencia sólo posible (y realizable) por ases de la animación, la producción número 15 de Pixar se cuenta entre sus más logradas pero también (aunque esto queda a ojo de consumidor) la menos apta para el público infantil. Desde el momento en que nace, la vida de Riley está regida por un panel semejante al de The Truman Show. Son cinco personajes que encarnan los instintos básicos. Por un lado, Alegría (una chica algo hipster y constructiva) mueve los controles para que Riley se divierta y sea positiva. En el otro extremo está Tristeza, una chica estilo emo, achacosa (la Soledad Solari de Antonio Gasalla). El cuadro se completa con Desagrado, otra chica, en este caso calcada en la mujer histérica, y dos varones, el quizá demasiado estereotipado Miedo, y Furia, cuyo pelo se prende fuego cuando se enoja.
Las emociones de Riley se congelan en bolillas que representan sus recuerdos y, como en un flipper, salen disparadas por canales hacia las islas que conformarán los mundos de su niñez: el de las payasadas, su familia, su equipo de hockey y sus amigas. Pero cuando Tristeza toca torpemente alguna bolilla transforma los buenos recuerdos en imágenes negativas. Así los mundos de Riley comenzarán a hundirse como el Titanic y Alegría, cual Lara Croft del mundo interior, deberá salir a reconstruirlos, luchando entre amigos imaginarios y viejos recuerdos, algunos valiosos, que empleados burócratas estilo Minions quieren hacer desaparecer. El modo en que las emociones se representan es una proeza de ingenio y las sutilezas (los paneles de Riley tienen el equivalente en sus interlocutores, y en ciertos casos son notables), mérito suficiente para ver Intensa-Mente más de una vez.