Brain story
Desde su primer largo, Pixar ha explorado –muy acertadamente- la idea de crecer, el cambio interno ante una crisis como el conflicto en sí y no una mera reacción de sus personajes: en Toy Story el que Andy esté creciendo y cambiando de intereses implica la caída del mundo conocido por Woody, en Buscando a Nemo es la obsesión de Marlin por que su hijo crezca y se vaya (voluntaria o involuntariamente), en Monsters Inc. el miedo al desconocido está representado por una nena de 2 años.
Siempre la resolución del conflicto implica una nueva etapa en el crecimiento de sus personajes: una maduración que conlleva la aceptación de la desaparición del viejo orden y el proyecto de construcción de uno nuevo: integrar a Buzz Lightyear a la comunidad, un Nemo que puede explorar más allá de los confines de su casa, o monstruos que hacen reír en vez de asustar a los chicos para conseguir energía.
Ya sea por su público principal (y la necesidad de un didactismo no condescendiente) o por amor al clasicismo, los films de Pixar responden a la fórmula clásica de la narración: una situación inicial, un conflicto, una búsqueda por volver al estado inalterado del principio y una resolución que lleva a una nueva etapa. O en otros términos: una tesis, una antítesis y una síntesis; con muchísimo énfasis en la síntesis, en el nuevo orden, porque sus personajes siempre están creciendo.
Intensamente es la encarnación máxima de esta estructura narrativa seguida a rajatabla por Pixar. El conflicto es literalmente el crecimiento de una de sus protagonistas: Riley, una pre púber quien se muda de Minnesota a San Francisco por una oportunidad laboral para su padre. Nueva ciudad, nueva escuela, gente desconocida que aún están lejos de ser amigos son algunas de las situaciones que tiene que enfrentar.
Ahí entra en juego la protagonista dentro de la protagonista: Alegría (Amy Poehler), a cargo del equipo de emociones que comanda el comportamiento de Riley, compuesto también por Tristeza (Phyllis Smith), Desagrado (Mindy Kaling), Miedo (Bill Hader) y Furia (Lewis Black). La pérdida, la desestabilización del inicio opera en estos dos niveles al mismo tiempo: por un lado, la adaptación de Riley a su nuevo entorno y las repercusiones en la relación con sus padres (Diane Lane y Kyle MacLachlan); por el otro, una nueva habilidad de Tristeza de teñir de melancolía a los recuerdos felices que manejan en el centro de operaciones de su cerebro, que deviene en un tira y afloje entre ella y Alegría y a que sean transportadas junto a varios recuerdos de base (los que sustentan la personalidad) fuera de su entorno, hacia distintos rincones de la razón de Riley. Mientras quedan a cargo del tablero Miedo, Desagrado y Furia (algo con lo que cualquiera que haya pasado por la pre-adolescencia puede identificarse), todo el sistema consciente de la niña (su imaginación, sus centros de valores) corren riesgo de colapsar.
El objetivo es sencillo: regresar con los recuerdos intactos para que la personalidad de Riley se mantenga inalterada. Pero, como ya dije, esto es Pixar y no hay vuelta atrás. La odisea de Alegría y Tristeza a través de la psiquis de Riley es más intrincada y funciona como un tour de “la mente humana según Pixar”, con su tierra de la imaginación, las islas de la personalidad y el pozo del olvido (noción aterradora ya presente en otras fantasías para chicos, como Laberinto y La Historia Sin Fin). Es la oportunidad para los directores Pete Docter y Ronaldo Del Carmen (también encargados de la premisa) de crear otro tipo de universo multicolor, uno sistemático y funcionalista, donde cada parte tiene una razón de ser, incluyendo el temido pozo a donde van a parar los recuerdos clasificados como innecesarios para el funcionamiento de Riley (y no hay mucho cuestionamiento por parte de las dos emociones salvo cuando las afecta directamente). Ellas serían la única irrupción en la estructura y tienen que volver a su lugar para que el mismo sistema para el cual trabajan incesantemente no las elimine. En el camino, por supuesto, aprenden a trabajar con una nueva dinámica.
Intensamente es, sin dudas, la película más melancólica de Pixar.
Los personajes de las emociones son, en un principio, esquemáticos, pero funcionan como conjunto. La Alegría de Amy Poehler logra mantenerse la mayor parte del tiempo sobre la fina línea entre su encantadora Leslie Knope (de Parks and Recreations) y uno de esos gerentes de locales de comida rápida que, con una sonrisa permanente, manda a sus compañeros de acá para allá, asegurándose de que sean eficazmente explotados para mejorar el margen de ganancias de la casa matriz en algún país del primer mundo. Kaling, Smith, Hader y Black están excelentemente elegidos (sobre todo las primeras dos como Desagrado y Tristeza) y mantienen un impecable timing cómico junto a Poehler, quien lleva adelante hábilmente las transiciones hacia los momentos más tristes del film.
Intensamente despliega, literalmente, todas las emociones. Por momentos, se transluce cierto cálculo en su afán de construirse como una “montaña rusa emocional”, tan prolijamente construido como las estructuras mentales representadas: una lágrima por acá, una sonrisa por allá, agreguemos una carcajada y ahora interpelemos al público con alguna experiencia común a todos que den una pequeña puntada en el pecho y los deje meditando un poco sobre sus propias vidas.
Es también, sin dudas, la película más melancólica de Pixar. Al contrario de Up o Buscando a Nemo, que daban la estocada al principio (fieles a los principios Disney), y más cercana a Toy Story y Monsters Inc –pero elevada a la décima potencia-, una pátina de nostalgia cubre todo el film. Su encarnación máxima es el personaje de Bing Bong (con la voz del gran Richard Kind, neurótico por default, acá en faceta de payaso triste), el amigo imaginario que Riley creó para sí misma cuando era más chica. Con él, se vuelven más patente esas preguntas que los adultos (de Pixar) constantemente han planteado a lo largo de los años: ¿Qué dejamos atrás? ¿Qué mantenemos? ¿Qué nuevo orden creamos para nuestras vidas?