Reivindicación de la tristeza
El director de Monsters Inc. y Up, una aventura de altura regresa con una película poco menos que subversiva para los cánones y estándares actuales del cine de Hollywood. Si bien se promociona como un entretenimiento familiar (y en buena medida lo es), Intensa-mente está dirigida sobre todo al público adulto con su exploración melancólica del valor de la tristeza en el universo de la infancia. Un film conceptual, metalingüístico y abstracto sobre la vida emocional de una niña de 11 años que recupera para Pixar las cimas artísticas alcanzadas con WALL-E o la saga de Toy Story.
Durante poco más de 90 minutos, lo más granado de la sesuda crítica mundial reunida en el último Festival de Cannes rió y lloró, a moco tendido, con las imágenes de la magnífica Intensa-mente, de Pete Docter (Monsters Inc., Up, una aventura de altura), con la que Pixar vuelve a encaramarse a las cotas de audacia y sofisticación conquistadas con WALL-E o la saga de Toy Story.
No parece casual que Intensa-mente haya tenido tan buena acogida entre el público cannoise: su compleja propuesta narrativa está resuelta con una inteligencia y sensibilidad desarmantes. Puede que la película se promocione como un entretenimiento familiar, pero no cabe duda de que es el público adulto quién mejor procesará el discurso de una film que reivindica, en clave amable aunque decididamente melancólica, el valor de la tristeza en el universo de la infancia. Un concepto casi subversivo, o contracultural, en unos tiempos en los que la sobreprotección de la infancia y el diagnóstico de trastornos psicológicos entre niños está a la orden del día.
Intensa-mente es una película marcadamente metalingüística, y no sólo porque una de sus mejores escenas transcurra en la zona del “pensamiento abstracto” del cerebro de una niña de 11 años; una secuencia digna del mejor Chuck Jones que va de la deconstrucción a lo figurativo, pasando por el 2D. La nueva maravilla de Pixar disecciona –en su reclamo del derecho de los niños a vivir la tristeza– una de las claves del gran proyecto histórico de la factoría Disney.
En cierto sentido, podríamos decir que Intensa-mente ayuda a explicar la muerte de la madre de Bambi o del padre de Simba. Y lo consigue de la mano de un film esencialmente conceptual cuya acción transcurre, en su mayor parte, dentro del cerebro de una niña llamada Riley, donde cinco encarnaciones de diferentes emociones –Alegría, Furia (un comediante de altos vuelos), Temor, Desagrado y Tristeza– conducen el día a día de la pequeña.
La entusiasta Alegría (a quien pone voz Amy Poehler en la versión original subtitulada) es quien lleva la voz cantante en el cerebro de Riley. Ella es quién controla a placer el sistema de bolas-recuerdo que hace funcionar la vida emocional de la niña. Un sistema de rieles, engranajes y tubos que, por cierto, hace pensar intensamente en la imaginería retro del cine futurista de Steven Spielberg (imposible no pensar en el sistema de bolas-predicción de la fantástica Minority Report: Sentencia previa). En definitiva, Intensa-mente funciona como la versión moderna y ultra-colorista de Érase una vez el cuerpo humano.
No es la primera vez que el cine intenta organizar narrativamente el funcionamiento (sobre todo psicológico) de nuestro cerebro. Lo vimos en el último episodio de Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo…, de Woody Allen; en el tándem que forman Paprika, de Satoshi Kon, y El origen, de Christopher Nolan; o (regresando a la TV) en las hilarantes charlas de Homero Simpson con su propio cerebro.
En la mente de Riley predomina un sentido de la inocencia que los animadores de Pixar traducen en un caos festivo y un conjunto de “mundos” que recuerdan a los de Hora de aventuras. Los espacios de la “familia”, la “amistad” o el “juego” comparten universo con los territorios de la “imaginación”, el “subconsciente” o los “sueños” –versión surrealista de un estudio de Hollywood–. Una barroca proeza audiovisual que Pete Docter y su equipo someten a un vendaval narrativo provocado por la mudanza de la familia de Riley de la fría Minnesota a la soleada San Francisco. Un traslado que provocará una cierta aflicción en la pequeña protagonista.
Como no podía ser de otra manera, Intensa-mente regala al público infantil una prodigiosa odisea física llena de aventuras, peligros y secundarios de lujo –a destacar un amigo imaginario con trompa de elefante, cola de gato y ademanes de delfín–, pero lo grandeza del film se dirime en el terreno más abstracto y psicológico. El tema de la pérdida de la inocencia está tratado desde una perspectiva plenamente adulta: lo que busca la película es confrontar al espectador con la nostalgia por la pérdida de esa Arcadia de felicidad que es la primera infancia. Y vaya si lo consigue: las lágrimas vertidas por este crítico en varios momentos del film dan cuenta de ello. Puede que, en ciertos pasajes, Intensa-mente eche mano de algún innecesario recurso fácil, como el abuso de flashbacks en momentos emotivos, cuando el juego de las bolas-recuerdo ya evoca con suficiente claridad el ámbito de la memoria. Pero se trata de un detalle menor. De todas las películas vistas en Cannes, Intensa-mente es la que más ganas tengo de volver a ver...