Los tiempos en que la marca Pixar era sinónimo de calidad e innovación parecían cada vez más lejanos (la productora venía basando sus mayores éxitos en secuelas y precuelas tardías, y además presentando una alarmente tendencia hacia el costado más Disney), y por suerte para devolvernos la fe ahí llegó Intensamente. Curiosamente, lo más valioso -como en las buenas épocas- no llega desde la animación sino desde el guión mismo: una clase de psicología básica para niños, que comprenderán y disfrutarán también los adultos.
Desde el comienzo, sabemos que estamos ante una película diferente, ya cuando se nos plantea que los protagonistas de esta historia no son humanos ni animales o juguetes, sino emociones. Es decir, conceptos abstractos guiando a los que normalmente serían los protagonistas, y aquí quedan relegados a un segundo plano. Estamos entonces en terreno fértil para la más variada creatividad: desde amigos imaginarios al borde del olvido, hasta “sectores” del cerebro (en una genial metáfora a través de “tierras”, como lo es un parque de diversiones para los momentos felizmente absurdos, y la “tierra de los padres” para los recuerdos sobre la familia) y decenas de chistes sutiles y muy precisos sobre la mente humana (algunos de ellos, lamentablemente, se pierden en el doblaje al español).
Lo interesante de la historia no es tan ver qué hacen estas emociones en la cabeza de una niña de once años, sino cómo interactúan entre sí: cuando una emoción (llámese “Alegría”) toma control del cerebro, las otras ceden su lugar y es ésta entonces quién domina por sobre las demás. Sin embargo, gracias a que la mente humana no permanece siempre tan sencillamente ordenada, los conflictos aparecen cuando las emociones se mezclan, y lo que antes le pertenecía a una (digamos, el recuerdo de una tarde de la infancia) se desliza hacia el territorio de otra. “Alegría” parece ser -cuándo no- la más afectada, y junto con “Tristeza” es desplazada hacia territorios más confusos y lejanos, por una ingeniosa situación que no conviene revelar. Que para volver al lugar del cerebro que les corresponde deban apurarse para no perder un tren es uno de los tantos chistes sutiles que merecen ser rescatados.
Intensamente se sitúa sencillamente entre lo mejor de Pixar, tras una apenas correcta Monsters University y la fallida Brave. Si éste es el camino que elegió retomar la productora, habrá que celebrarlo. Esperemos, nomás, que no vuelvan a perder el tren de pensamiento.