El deseo a la deriva Santiago Giralt, el director de Toda la gente sola (2009), Anagramas (2014), y Primavera (2016), entre otras, propone con Jess & James (2015) un relato episódico que se inicia con el primer encuentro entre dos veinteañeros que están en pleno estadio de ebullición sexual. El resultado es dispar, en buena medida por la dispersión de un guión que no llega a definir un foco de interés. Jess & James (2016) Realizador prolífico si los hay, Santiago Giralt se ha hecho habitué de varios festivales. Su cine se ha caracterizado por la abundancia de palabras que, enmarcadas en situaciones de tensión y liberación, formaron relatos genuinamente catárticos. Tal vez sea el caso de Antes del estreno (2010) en donde aquel tándem encontró una mejor síntesis, respaldado además por una soberbia labor de Erica Rivas, la actriz protagónica. Pero el problema principal con Jess & James va más allá de la disociación entre lo que se dice / lo que se hace; la película no logra encontrar un “qué decir”. Se ajusta al formato de la road movie, pero el tan mentado –y necesario- crecimiento dramático que debemos observar hacia el final del viaje se ve jaqueado por la indecisión de elegir un camino (ya no geográfico, sino argumental). La película imita en la primera escena un típico cuadro del western. James, con su sombrero de cowboy puesto y una postura deliberadamente sexy, se recorta de un contexto al que no le presta atención. Apenas se distrae con una niña que lo reconoce como el chico que la atendió en un restaurant. Pronto llega Jess (Gerónimo), otro joven que lo invita a concretar un encuentro. Al que no podríamos calificar como muy amoroso; “sumiso” es lo que le llega a decir a su amante, luego de terminar el coito. Por qué inmediatamente luego decide revertir su rispidez, dejar a su novia, embarcarse en una propuesta de viaje incierto, y devenir novio de James, es una decisión que no termina de develarse. Sí, es verdad: hay mucho de pulsión en estos cuerpos, de aquella “liberación” a la que aludimos antes. El problema es que el guión se consagra a justificar estas decisiones, pero lo hace con torpeza y maniqueísmo. Los encuentros entre James y su hermana mayor (la caricatura de una mujer que medita y se ilusiona con su nueva adquisición amorosa) van del trazo grueso a la inconsistencia. Ruta adentro, los jóvenes amantes vivirán esa pasión sin ninguna restricción. Y allí en la película crece, respira libertad, en la observación que hace Giralt de esa fenoménica de los cuerpos apasionados, en el vínculo entre bestial, lúdico y honesto que se establece entre los dos, a partir de una estética que –a diferencia de lo que ocurre con la primera vez entre ambos- se pone al servicio de sus movimientos y no al revés. Más tarde paran en un pueblo para almorzar y se topan con Tomás, un atractivo mozo con el que gestan una relación de a tres. Y con la palabra empiezan otra vez los problemas… Explicaciones inverosímiles (sírvase como ejemplo el motivo por que el que el muchacho no les cobra el almuerzo) y dificultades varias para definir un conflicto. La aparición del padre de Tomás, quien también demuestra cierta tensión con uno de los chicos, no aporta demasiado porque a esa altura ya nada se desarrolla. Mucho menos aporta la antojadiza inclusión del elemento fantástico, cuyo centro neurálgico es una lujosa estancia a la que Jess y James son invitados a ingresar (¡!) por una mujer con aura de misterio. Si se menciona la distancia entre Jess y su hermano, esa mención –que define en buena medida su semblante triste- permite atender con mayor observación el encuentro final entre ambos, en donde la película “cierra” una línea argumental, pero deja el sabor amargo de hacerlo con rapidez, como si ella misma fuera consciente de la escasez de metraje que falta antes de llegar al “The end”.
Abiertamente marica, y a mucha honra. Rodada prácticamente sin guión, la nueva película del director de Primavera sigue a los dos muchachos del título y un tercero que se sumará a sus aventuras, sin otro objetivo que describir la relación entre dos amigos/amantes/objetos de deseo mutuo. Cada vez más prolífico, Santiago Giralt presentó en sociedad el año pasado, en diversos festivales, el largometraje Primavera –un proyecto de mayor perfil cuyo reparto incluía figuras reconocidas– y esta pequeña película que, según sus propias declaraciones, fue rodada prácticamente sin guion, con apenas algunas directivas generales sobre el desarrollo de la historia y la construcción de los personajes. Primer esfuerzo declaradamente queer en la filmografía del realizador, en realidad habría que llamar a las cosas por su nombre y hablar de Jess & James como un film abiertamente marica. Y a mucha honra. Ya desde las primeras imágenes, con el encuentro en un puente de dos muchachos –uno de ellos vistiendo sombrero de cowboy, casi la parodia de un cliché– y la breve charla antes del sexo caminando en medio de las vías del tren resulta claro que el universo que construirá el director de Antes del estreno no tendrá otro objetivo que describir la relación entre dos amigos/amantes/objetos de deseo mutuo. Ese primer coito será intenso, registrado por la cámara sin florituras ni aderezos, seguido inteligentemente por un breve intercambio de preguntas sin respuestas. Con estructura de road movie marcada por las vistas de ámbitos rurales del interior y un esqueleto dramático virtualmente inexistente –al menos hasta los tramos finales, donde la película terminará entregándose a la tentación del conflicto–, la historia de Jess, de James y de un tercer joven que se sumará temporalmente a la aventura será una historia de encuentros y desencuentros emocionales y, sobre todo, físicos, una descripción de los avatares del deseo a una edad en la que aún no pesan las obligaciones que el paso del tiempo termina inexorablemente imponiendo. Poco se sabe de ambos, apenas que el entorno familiar de Jess continúa ocultando su identidad sexual (hay incluso un intento por “casarlo” en contra de su voluntad) y que la relación de James con su madre tiene algún que otro componente tóxico. A la ruta entonces, en busca de algo que ninguno de ellos sabe bien qué es, sin un destino fijado de antemano y con varias paradas y desvíos en el camino. Quizás el gran tema de la película sea la posibilidad de permitirse el juego y la fantasía, asuntos usualmente vedados más allá de la barrera de la infancia. La débil estructura de las escenas tiene como resultado varios puntos altos, como ese trío sexual a la vera del río –que adquiere, gracias a la fotografía, un aura casi metafísica– o el breve descanso en un imponente casco de estancia que bien podría estar habitado por fantasmas, casi un paso por territorio fantástico. En otros, ese mismo ideal estanca al film en una repetición de tópicos y tonos, no ayudada por la crónica aparición de planos aéreos “bonitos” que parecen justificarse solamente por su efectividad como uniones de continuidad entre secuencias. Era un riesgo a correr y Giralt quizás haya sido plenamente consciente de ello, prefiriendo la rebeldía del formato al tratamiento anquilosado de la fórmula. Sobre el final, resulta evidente que Jess & James es una película sobre el más divino de los tesoros: la amistad, se sabe, puede adoptar infinitas formas.
BAFICI 2016: de noches, viajes y búsquedas. Esta película dirigida por Giralt (una de las dos que presentó en el BAFICI, la otra –Primavera– formó parte de la Competencia Argentina) es lo más parecido a una fantasía gay: dos jóvenes glamorosamente informales e incomprendidos viven juntos una serie de experiencias vitales (viajes, sexo, confesiones, contemplación de la naturaleza), sin mayores preocupaciones ni necesidad de trabajar (les van apareciendo oportunidades de comida y alojamiento de la nada). No faltan la madre frívola, ni una amiga trans cuya casa enmarcada de flores parece salida de un cuento, ni un simpático amigo de rulos que durante algún tramo comparte la intimidad de la pareja en cuestión. Hay referencias cinéfilas (James Dean, Pasolini, Van Sant) exhibidas con poco disimulo, diálogos y monólogos de cursilería casi paródica, erotismo soft y actuaciones desparejas. Es evidente la capacidad de Giralt para componer buenos encuadres y encontrar locaciones adecuadas, pero su road movie -innecesariamente dividida en capítulos- no excede el posible atractivo que puede deparar una serie de postales ingenuamente transgresoras. La redime, en parte, su buena música.
Santiago Giralt es un autor. La literatura lo ha forjado y tal vez esa sea una de las claves para comprender Jess y James, película que ha rodado en solitario y que finalmente llega a los cines argentinos tras pasar, timidamente, en BAFICI. Los Jess y James del título son dos jóvenes que se aman, o que intenta, mientras uno bucea en su sexualidad sin trabas, el otro aún tímidamente se anima a salir del clóset. Cuando un día, cansados de las rutinas y de las obligaciones, deciden realizar un viaje hacia ningún lugar, se dan cuenta no sólo de su complementariedad, sino, principalmente, del disfrutar del errabundeo. Giralt los acompaña con su cámara, los seduce, y se deja seducir, suma a un tercero, lo deja escapar, para volver a reposar su mirada en la pareja. El viaje se completa con una banda sonora que genera continuidad entre algunas imágenes y los objetos. Tal vez en ese arranque de sexo desenfrenado, cerca del tren, se pueda explicar mejor que nadie una película que posee momentos bellísimos y que aún pese a algunas carencias se posiciona como una propuesta diferente y fresca en la cartelera.
Una historia de amor entre dos muchachos, jóvenes y bellos que se inicia en un encuentro intenso y se materializa en un viaje sin destino con la dorada posibilidad de ejercer la libertad, de huir de las imposiciones sociales, de sentir la plenitud del placer de saberse eternos y semidioses de un tiempo suspendido. Esa sensación es lo mejor d e un film que tiene la frescura habitual de Santiago Giralt. Hecho, según el mismo especificó, casi sin guión, como una road movie que los lleva desde el contacto con la naturaleza a un casco de estancia que podría tener sus propios fantasmas. Pero un camino que también le descubra la hipocresía y la violencia de una sociedad de adultos que conservan todos sus prejuicios. Le juega en contra la reiteración de situaciones que poco aportan y a favor la unión de un tercero que termina glorificando la relación amistosa y única.