La corrupción no es una cosa moderna.
En primera instancia hay que aclarar una cosa: el argumento de Justicia final (Conviction) no es algo original ni que llame la atención en primera instancia. La historia del hombre que fue encarcelado como chivo expiatorio y de el amigo/la amante o, en este caso, la hermana que hace todo por comprobar su inocencia se vió miles de veces en la pantalla grande, en la chica y en decenas de libros de, por ejemplo, John Grisham. Pero hay algo que destaca a la película por sobre las demás obras que mencionamos, y es que está basada en un hecho real. A partír de que esa carta se pone en juego, se nos hace imposible (o al menos, sería tonto) juzgar una película por “no ser original”, porque estariamos diciendo que la realidad y la historia de una persona viva y de carne y hueso “es poco creativa”. Por eso, lo que se debe juzgar de una película así, más que nada, son las actuaciones, la forma de contar la historia y la dirección. Y estos tres elementos son destacables dentro de Justicia final.
Pero vamos al principio: Betty Anne (Hilary Swank) y Kenny Waters (Sam Rockwell) son dos hermanos inseparables. Desde pequeños, vivieron en una casa en donde la imágen de los adultos era casi una caricatura, y por eso debieron estar el uno para el otro casi desde el primer momento de su vida. Juntos se metieron en problemas, y eso desarrolló en Kenny un fuerte rechazo por la autoridad, lo cual lo llevó a más de una encarcelación durante su adolescencia y hasta adultez, pero nada que no se pudiera arreglar con una o dos noches en prisión. Pero un día, una mujer aparece mutilada, y la policía no duda en apuntar a Kenny Waters como el autor material del hecho.
Tanto Kenny como Betty Anne viven con lo justo, y ambos tienen hijos que alimentar, por lo cual no pueden costear un abogado para que el juicio corra de forma más justa. En el mismo juicio, gente conocida de Kenny alega en su contra, por lo que el jurado dictamina sin dudar que merece la cadena perpetua. Sintiendo una injusticia en el aire, a Betty Anne se le ocurre una idea loca: ella estudiará derecho y será la encargada de demostrar que su querido hermano es inocente.
La película da saltos, mostrándonos la infancia de los hermanos y volviendo al presente, en donde vemos cómo Kenny va quebrándose de a poco en el confinamiento, en donde tampoco deja de causar problemas, y a la vez seguimos a Mary Anne, madre de dos hijos, empleada de un bar, que se rompe la cabeza intentando recibirse de abogada. Esto, por supuesto, sucede, pero pasa mucho tiempo, demasiado, por lo que se le hace difícil encontrar las pruebas y los testimonios que necesita para sacar a Kenny. Y es ahí donde la historia al estilo La ley y el orden da su comienzo.
Justicia final se destaca, por sobre todo, por la actuación de Sam Rockwell. Lo vemos como un tipo difícil de llevar, pero amoroso y con un humor de esos que se contagian. Sin miedo al ridículo y con un amor inmenso por su hija, este hombre sufrirá una transformación lenta y dolorosa en el encierro. Swank interpreta muy bien el papel de la hermana desesperada por justicia. No sobreactúa ni un segundo, aunque – y es una crítica menor- el tiempo parece no pasar para ellos, ya que casi veinte años después, se ven igual que al principio de la película
La dirección, realizada por Tony Goldwyn, es casi televisiva, lo que se justifica por sus anteriores trabajos en programas como Dexter o mismo La ley y el orden, previamente citada. Es que el estilo de esta longeva serie es muy similar al que Goldwyn utilizó para la película. No es, exactamente, un capítulo largo de La ley y el orden, pero ambas cuentan sus historias de formas muy similares.
En definitiva, Justicia final no solo es un drama legal y familiar, sino que también es una postal sobre el esfuerzo y el amor que se puede sentir por un hermano y, también, es un lindo paisaje sobre cómo funciona la justicia en los Estados Unidos (y en el mundo) que muchas veces culpan a inocentes sólo para dejar calmada a la opinión pública.