Historia de dos hermanos
Puede que sea tanto su compromiso con los papeles que interpreta como el tipo de películas que elije, o quizás incluso la forma en que la dureza de sus rasgos faciales expresan los diferentes sentimientos. Pero, y como al fanatismo siempre le sobran excusas, voy a decir que la síntesis y razón principal por la que me decidí a ver esta película fue Hilary Swank. Igualmente, y más allá de las preferencias personales, el casting femenino de Justicia final merece al menos un pequeño comentario: todos son rostros conocidos y a la vez extraños, de esos que uno no ve de manera muy frecuente y que al mismo tiempo encajan juntos como piezas de un rompecabezas, como si en realidad procediesen de un mismo mundo lejano. Las actuaciones de Swank, Minnie Driver, Clea DuVall, Juliette Lewis o Ari Graynor no sólo vienen a delatar una implícita debilidad por las mandíbulas pronunciadas –de las que me confieso, una vez más, fanática– sino también una constante prolijidad en la forma de contar la historia y una idea de cohesión en las decisiones tomadas a lo largo de toda la película.
Justicia final es un film basado en hechos reales, concebido en un período total de diez años y que cuenta la historia de Betty Anne Waters (Hilary Swank), una madre de familia que deja de lado todo para ponerse a estudiar abogacía y así poder ayudar a su hermano Lenny (Sam Rockwell), preso en la cárcel por haber sido encontrado culpable de un homicidio que no cometió. Unas primeras imágenes de la escena del crimen y de barrios con casas solitarias y antiguas probablemente hagan pensar en una de esas películas sobre homicidios brutales, en las que una víctima siempre omnipresente y fantasmal es el centro a partir del cual se despliegan toda una serie de intrigas y sospechas sobre los posibles asesinos y sus estrategias. Pero, y aunque Swank me haya guiado alguna vez hacia La Dalia Negra, de poco podrían servirle estas formas y sus respectivos efectos a Justicia final. Así es que, por ejemplo, las fotos de la escena del crimen nunca se ven demasiado cerca ni aparecen mucho tiempo en pantalla y el protagonismo de la víctima asesinada es casi nulo (de hecho, jamás conocemos su apariencia física). Quizás se vea más claramente esta manera particular de relato en los registros de imágenes de la niñez de los dos hermanos, casi completamente despojadas de los típicos filtros de cámaras lentas, gritos reverberados y melodías dramáticas; sus posibles impactos quedan reducidos ante la dinámica que abarca todo y que tiene su eje puesto en mostrar el vínculo entre Betty y su hermano, y de preferir esa profundización antes que dar paso libre al golpe de efecto.
El espectador ansioso por degustar intrigas, sospechas, avances y retrocesos en el caso tal vez encuentre en esta conciencia en algún punto enderezadora del relato una insatisfacción inquietante. El cúmulo de situaciones que no encuentran un cierre o una aclaración en la historia es amplio: ni la duda sobre si Kenny realmente es inocente, ni el verdadero culpable (si es que en verdad hay uno) y ni siquiera el triste dato de su muerte apenas seis meses después de salir de la cárcel se dignan a aparecer y a esclarecer en Justicia final.
El gran misterio que atraviesa aquellos hechos refleja sin embargo esa constante global que les da su misma coherencia. En tanto eje, la prioridad del vínculo entre los hermanos por sobre todo lo demás tiene su punto clave justo en el desenlace, a través de una resolución casi simbólica. En este final es donde, con un Kenny en libertad casi tan triste como en plena mitad del relato y con diálogos y planos nada pretenciosos, la película nos habla de los grandes esfuerzos por conducir la mirada hacia la relación fraternal y su perpetuación a través del tiempo; más allá del crimen, de la indiferencia de Kenny ante su liberación e incluso de aquello que la historia no quiso contar (sospecho: tal vez hubiese reducido las posibilidades de éxito de esos esfuerzos) y que es su posterior y repentina muerte. En honor a las elecciones de Goldwyn y su equipo, dejo este golpe en mi anteúltima oración sin el punto final que tanto reclama: Justicia Final es la historia de dos hermanos llamados Betty y Kenny, un emocionante relato que, si bien dista de ser perfecto, tampoco está cerca de causar indiferencia.