En Justicia final la libertad es un desayuno bajo el sol a la vera de un lago.
Justicia final es otra de esas películas para (me considero culpable) desdeñar sin ver: historia real, drama sobre el esfuerzo de una persona combatiendo contra todo, crítica al sistema, actuaciones tensas para el premio anual, todo contado como en un telefilm, sin demasiado esfuerzo, y con una musiquita que refuerza el espíritu redentor. “¡Tu puedes!”, pareciera ser el discurso que baja desde la pantalla. Y no voy a negar que algo de eso hay en este film dirigido por Tony Goldwyn, pero también hay que señalar que la película es mucho más digna de lo que uno imagina, especialmente por el recorte que hace el director de una historia bastante inverosímil pero, al fin de cuentas y por increíble que parezca, real.
Kenny Waters (Sam Rockwell) fue condenado a cadena perpetua en 1983 por un terrible crimen. Su hermana (Hilary Swank), que trabajaba en la barra de un bar, confía ciegamente en su inocencia y ante la imposibilidad de costear un abogado de nivel, decide ella misma estudiar Derecho, recibirse, representar a su hermano y sacarlo de prisión. Difícil. Mucho más cuando la propia Betty Anne Water tiene que llevar adelante un matrimonio con dos hijos. Sin embargo la historia le pondrá delante otras complicaciones: burocracia judicial, resentimientos y un entramado de mentiras que sirven para mantener un status quo. En la empresa a la buena de Betty Anne se le van unos 12 años de su vida.
Así las cosas, Justicia final es de esas películas que, conociendo de antemano cómo termina y a sabiendas de que está construida sólo como un instrumento didáctico y aleccionador, termina jugando su suerte al punto de vista que sostenga el realizador, a qué le interesa al que narra de todo el cuento. Y Goldwyn, que cuenta con intérpretes notables y que están en buena forma (se agradece la vuelta en grande de Minnie Driver), acertadamente deja de lado lo referido al esfuerzo personal de Betty Anne (su carrera universitaria está mostrada en escorzo) para detenerse en los pequeños detalles que connotan el absurdo del sistema en el que vivimos, por ejemplo que de haber estado viviendo en otro Estado Kenny hubiera sido ejecutado por la pena de muerte. Goldwyn, que hace acordar a también otro actor/director Thomas McCarthy y su Visita inesperada, narra con un tono seco un tema grande: los momentos épicos para sus personajes son casi siempre situaciones mínimas, cotidianas, triviales (un fax que llega imperceptiblemente, por ejemplo). Son esos momentos los que valen de Justicia final, y que incluso permiten la emoción. “¿Eso es todo? ”, pregunta Kenny. Y le sacan las esposas. La libertad en la película es un desayuno bajo el sol a la vera de un lago.