Los hermanos sean unidos
Hilary Swank y Sam Rockwell, lejos son lo mejor.
Si no nos dijeran que la historia cuenta Justicia final está basada en hechos reales, diríamos que la imaginación de los guionistas en Hollywood da para todo. Pero no.
Cual Erin Brockovich, Betty Anne Waters es una mujer tenaz, capaz de sacrificar el cuidado de sus propios hijos con tal de demostrar que su hermano Kenny es inocente de ese horrible homicidio que le inculpan y por el que está en prisión. Kenny –en otra extraordinaria creación de Sam Rockwell-, es cierto, a primera vista no impresiona bien. Tiene mal carácter, algo o muy pendenciero, sinceramente cuesta creer que no haya asesinado a esa mujer en su casa en Massachusetts. Es que si Kenny tiene una botella con un mililitro de alcohol a su alrededor, se pierde.
Pero la que cree y no se pierde en su búsqueda de la verdad es su hermana. Nadie a puesta un centavo a la inocencia de su hermano, y ella se pone a estudiar Derecho para así defenderlo y demostrar lo que uno, desde la platea, no sabe si es evidente o no. Pero a Betty ay nada la amilana, ni el mal comportamiento de Kenny, algunas vueltas del guión, ni que el tiempo transcurrido desde el asesinato haga casi imposible recuperar pruebas o contar con testigos.
Justicia final es de esos filmes en los que no hay que ver para creer. La mayor habilidad del director (y aquí no actor) Tony Goldwyn es dejar siempre un resquicio para la duda. Cuando todo parece indicar que sí, que Kenny es el asesino, o cuando sucede todo lo contrario. Y gran parte de ese mérito es atribuible a las performances de Rock-well y de Hilary Swank, el sostén de toda la película.
Rockwell, una versión más joven de Gary Oldman, compone un personaje con muchas facetas, del que uno nunca sabe qué creer, pero no porque parezca un psicótico, sino porque logra hacer verosímil lo inconcebible. Y Swank – que sonaba para el Oscar a fines del año pasado, lo mismo que el actor de Confesiones de una mente peligrosa - es de esa raza de actrices que puede interpretar a luchadoras cuya firmeza y empeño no conocen claudicación alguna, y se ganan la empatía del espectador.
Da gusto descubrir en el elenco a una recuperada Juliette Lewis, que aunque vuelva a interpretar a una joven pegada a la adicción, sabe cómo robarse la cámara. Algo que Minnie Driver no puede conseguir.