Una camarera contra el mundo
Justicia final es una película correcta, sin nada nuevo para aportar, pero que a la vez complacería mucho a la crítica llamada “contenidista”, que se preocupa antes que en la forma, por las temáticas que despliega una película. En este caso, estamos hablando de un film que despliega tópicos como la corrupción policial; el sistema penal como instrumento opresivo de las clases bajas; la burocracia judicial; y el balance entre la paternidad/maternidad y las metas personales.
El film de Tony Goldwyn utiliza como escudo la historia real de Betty Anne Waters (Hilary Swank), una camarera que estudia derecho y se recibe de abogada con el sólo objetivo de esclarecer el caso de su hermano (Sam Rockwell), quien fue condenado a cadena perpetua por un homicidio de brutales características. Su basamento en esta historia verídica le permite hacer que suenen creíbles ciertos acontecimientos que en cualquier otro caso parecerían inverosímiles -hay un error burocrático que termina favoreciendo a Waters que el espectador puede aceptar porque es perfectamente consciente de que el sistema no funciona precisamente a la perfección-, aunque también el modelo hollywoodense del biopic lo obligue a incluir cuestiones familiares que retrasan la narración o a personajes como el de Loren Dean que terminan siendo de relleno y nunca alcanzan una entidad sólida.
Es también gracias a algunos méritos de su forma que Justicia final llega a consolidarse como una película casi didáctica en el buen sentido. Es sutil en su presentación de los hechos, sin regodearse en las desgracias que atraviesa el relato, excepto en los flashbacks que explicitan demasiado los padecimientos durante la etapa infantil de los hermanos Waters. Cuenta además con el plus de Swank, Rockwell y Minnie Driver (el papel de amiga de fierro de la protagonista le calza a la perfección), que eluden el trazo grueso en las interpretaciones e incluso trabajan más orientados hacia el objetivo de generar empatía en el público a través de vínculos entre cariñosos, ingenuos y simpáticos. Lo de Melissa Leo es un tanto diferente, ya que le bastan un par de apariciones, gestos y modos para dejar en claro que es la representación siniestra y resentida de la mujer dentro de las fuerzas de la ley.
Pero antes que nada, Justicia final es un pequeño cuento de amor entre dos hermanos, que se quieren en las buenas y en las malas. Y de una hermana con una convicción inquebrantable, frágil pero finalmente decidida a todo, siempre dentro de los parámetros de la ley. A partir de allí es que pueden dispararse unas cuantas interpretaciones político-sociales. Asemejándose a sus protagonistas, tan pequeños como dignos, el film no hace tambalear demasiado el panorama de la cartelera cinematográfica argentina, pero demuestra que no se necesita patalear o hablar a los gritos para bajar línea.