Para ubicarnos, es la época de la guerra fría, en una Unión Soviética con una policía secreta que tiene la costumbre de armar acusaciones falsas ( en la jerga es el título) contra aquellos de quienes quiere desprenderse. Aquí, en Moscú, un funcionario de la Alianza Francesa presenta un programa cultural de danza homo erótica que no es del agrado del militar que lo “protegía”. De un día para el otro es acusado de poseer pornografía infantil, encarcelado, trasladado a un pueblo en la mitad de Siberia. Además su mujer que se va del país con su niña, declara en su contra. Asi planteado este thriller presenta una historia apretada, tensa, melodramática que atrapa al espectador para no soltarlo hasta el final. Una intriga con ecos de casos reales en épocas en que se habla de la anexión de Crimea y de las posiciones de occidente que son criticadas sin piedad. La “evidencia fabricada” es tan sin salida que al protagonista, asistido por un abogado que hace lo que puede, solo le queda escapar y lo hace de una manera muy ingeniosa. Esta buena intriga policíaca, con momentos carcelarios al límite, impunidad aceitada y situaciones asfixiantes navega un hombre solo, un antihéroe que sacará de la nada lo que haga falta. Gilles Lellouche es el protagonista que le da a su protagónico todo el espesor de sus angustias y debilidades. Con la dirección de Jérome Salle que escribió el guion con Caryl Ferey se construye un devenir sólido y disfrutable. Cuando el mundo nos enfrenta a la maldad metódica y nos rebelamos desde la debilidad.