Kompromat es el término instaurado por los servicios secretos rusos que define lo que aquí llamaríamos el armado de una causa falsa para incriminar a una víctima inocente. Algo que por lo visto puede pasar aquí como en Irkutsk, el pequeño pueblo ubicado en la fría Siberia donde transcurre esta historia. La película comienza con la huída por los bosques de nuestro protagonista, quien está siendo perseguido por un grupo de hombres armados. La cosa no pinta bien y todo indica que lleva las de perder. Luego, a partir de sucesivos raccontos, se nos irá revelando cómo es que llegamos a este punto. Es un buen inicio. En general, estos esquemas que comienzan por algún tipo de escena límite o muy dramática (utilizado tanto en la novela El túnel, de Ernesto Sábato, como en la serie Breaking Bad, por citar dos ejemplos dispares) logran atrapar, ya que instalan desde el primer momento la intriga y nos hace preguntarnos cómo es que el personaje llegó a esa terrible situación.
Pronto sabremos que Mathieu Roussel (Gilles Lellouche), instalado con su esposa y su pequeña hija hace pocos meses en este helado pueblo siberiano para dirigir el espacio cultural de la Alianza Francesa, cometió ciertas “imprudencias” que enojaron a algunos rusos, y sabemos que los rusos son por definición gente de pocas pulgas y muy, muy mala. En la inauguración del nuevo auditorio, al cual asistieron las autoridades del lugar, Mathieu presentó un espectáculo de danza moderna bastante sensual protagonizado por dos hombres (la libertad francesa incomodando a los rústicos locales) y luego en la fiesta tomó de algo de más y se puso mimoso con una rubia con la que no debía meterse.
Tiempo después, una tarde cualquiera mientras jugaba con su hija, irrumpe violentamente en su hogar un comando que se lo lleva a golpes y gritos, sin mediar explicación. En esta secuencia violenta y angustiante en la cual Mathieu no tiene la más remota idea de lo que está sucediendo, comienza el calvario de nuestro protagonista en un relato cargado de lugares comunes y clichés que se sostienen en la premisa - explicitada incluso - de que los rusos son malos, violentos y atrasados, y que los franceses son buenos, libres y humanistas.
Son varios los problemas que podemos analizar en Kompromat, pero en principio hay un “vicio de origen” y es que la misma premisa que origina la historia resulta desmedida o inverosímil. Los pequeños “desatinos” de Mathieu al inicio de esta historia no guardan ninguna proporción con la tremenda reacción que involucra a las fuerzas de seguridad, el gobierno, los medios y la Justicia rusa para difamar, encarcelar y condenar a este funcionario francés por causas inventadas de violencia domésticia y pedofilia. Es liviano el abordaje de su matrimonio en crisis y no es verosímil el romance con “la chica rusa” (Joanna Kulig) que lo arriesga todo, ni los rusos arrepentidos, ni la actitud del consulado de Francia, ni su escape (además de violentos, crueles y antidemocráticos los rusos son bastante tontos), y qué decir del enfrentamiento con el temible sicario de la FSB (ex KGB), que además sabemos mató niños en la guerra, por si fuera poco.
De la misma manera que el hecho de que una película se presente como “basada muy libremente en hechos reales” no la hace mejor película, esta representación esquemática de buenos y malos tampoco nos llevaría necesariamente a una mala película. Y vaya que la historia de un hombre encarcelado y torturado sin razón daría para una muy buena historia con elementos dramáticos, políticos, de acción y de romance. Es la falta de convicción, un conjunto de problemas en el guion, en los aspectos formales del relato y en las interpretaciones, que hacen de Kompromat una película predecible, intrascendente e inverosímil en todo momento. Algo que pudo haber sido y no fue.