Entre lo místico y lo apocalíptico
A cuatro años de su urbana ópera prima, la promisoria Los paranoicos, Gabriel Medina regresa con una película opuesta en todo sentido, pero que ratifica sus cualidades como guionista y director dentro del cine de género. Se trata de la agreste La araña vampiro, historia de aventuras construida con mínimos y muy bien trabajados elementos.
Antonio (Alejandro Awada) y Jerónimo (un notable Martín Piroyansky) llegan a una casa ubicada en un ámbito serrano y boscoso para pasar allí un tiempo juntos, sin la presencia de la esposa de uno y madre del otro, en lo que en principio será un viaje reparador. El muchacho veinteañero sufre constantes ataques de pánico y ése parece ser, por lo tanto, el entorno ideal para combatir los trastornos de ansiedad y para el postergado reencuentro padre-hijo.
Sin embargo, durante la primera noche, el protagonista es picado en su cama por la araña del título y, a partir de ese momento, el relato toma otro rumbo. En el hospital le aseguran que no es nada grave y sólo le inyectan corticoides, pero el brazo comenzará a infectarse rápidamente y los síntomas, a incrementarse.
Así, nuestro antihéroe terminará en manos de unos baqueanos que le explican la situación: o es picado otra vez por una araña similar o morirá. Comienza, entonces, un largo periplo por una montaña en el que el joven es acompañado por Ruiz (Jorge Sesán), un explorador hosco y alcohólico, en una carrera contra el tiempo que Medina resuelve -en buena parte del relato- con inteligencia y convicción.
Es cierto que la narración se resiente un poco en el segundo acto (la travesía se hace un poco larga y algo monótona), pero en el tramo final los personajes -y el espectador, claro- recuperan el aliento. Además, Medina trabajó en un nuevo corte respecto del que se vio en el último Bafici (donde el film ganó los premios a mejor película argentina y mejor actor de la Competencia Internacional), agregando una pequeña escena, reduciendo en cinco minutos la duración final y renovando la banda sonora. Las mejoras son notorias.
En definitiva, Medina sale más que airoso del desafío de una segunda película con esta épica minimalista concebida con un puñado de personajes, mucha cámara en mano, locaciones y luz naturales y con un simpático coqueteo con diversos géneros (el cine de aventuras, el western, la buddy-movie, la comedia, el terror, etc.). Un film pesadillesco, apocalíptico y con un dejo místico que logra atrapar y, en sus mejores pasajes, fascinar al espectador.