Viaje iniciático por una araña
Extraño y sugestivo segundo film de Gabriel Medina, el mismo director de la urbana Los paranoicos.
En La araña vampiro el paisaje se modifica por otro agreste y primitivo, rocoso y selvático, agresivo y peligroso. Como el insecto que pica a Jerónimo (Martín Piroyansky, gran trabajo), con una picadura mortal que sólo podrá ser neutralizada con la de otra araña, razón por la se deberá explorar un territorio ajeno, plagado de dificultades, donde surgirá un personaje clave, el guía baqueano (Jorge Sesán) que le da duro y parejo a la bebida y que conoce aquello de explorar tierras precarias.
Extraño por extrañeza es el segundo opus de Medina, conformado por una primera parte singular sin demasiada información y nada subrayada (la relación entre el padre –Alejandro Awada– y su hijo adicto a las pastillas) para después dirigirse a una zona mística donde el paisaje y su recorrido actúan como protagonistas. Allí aparecerá el baqueano, sumergido entre cavilaciones sobre el Apocalipsis y su eficacia laboral como guía del protagonista. La araña vampiro fluctúa entre esos dos mundos, el urbano y el primitivo, convergiendo hacia un film de no-aventuras, donde la imperiosa necesidad de Jerónimo por salvar su vida se convierte en pretexto para emprender un viaje iniciático, de descubrimiento permanente entre preguntas sin respuestas y silencios prolongados.
Sugestiva por sugestión termina siendo La araña vampiro, una película de sensaciones más que de respuestas concretas. ¿A qué se debe el comportamiento inicial de Jerónimo? ¿Qué rol cumple su padre como tal? ¿Qué representa esa araña mortal para el protagonista? ¿El guía es sólo eso o representa un personaje-símbolo? Gabriel Medina, por suerte, confía en el espectador y recurre a él narrando una historia donde los climas y las atmósferas interesan más que el mero esqueleto argumental. Es que su film transmite una sugestiva extrañeza, una bienvenida incomodidad.