Hace cuatro años, Gabriel Medina presentó su opera prima, Los Paranoicos, un soplo de aire fresco en el cine independiente donde el realizador tomaba las constantes de la comedia romántica, les aplicaba una vuelta de tuerca y generaba una película original e inteligente. Con La araña vampiro, Medina hace lo mismo con el cine fantástico, el de aventuras y el terror. Jerónimo (gran trabajo de Martín Piroyansky) es un joven perturbado que viaja a un paraje montañoso con su padre, suponemos que para reponerse de una dolencia nerviosa. Una araña monstruosa lo pica; convencido de que va a morir en pocas horas -idea basada en un mito de las personas del lugar- parte con un guía alcohólico e imprevisible a la montaña en busca de una mitológica cura. El espectador se ve inmerso en esa naturaleza que fascina y amenaza al mismo tiempo, mientras la tensión entre ambos personajes crece con el correr de la aventura. Detrás, hay mitos, un estudio psicológico preciso, un suspenso sostenido que crece hasta al impecable final, y la combinación de lo alucinado con lo real. También la idea de una mano humana transformando el mundo de un modo catastrófico. La habilidad técnica de Medina, que no dispone de una sola imagen de más y utiliza con enorme gusto y precisión cada uno de los elementos de la puesta en escena hacen del film una de esas raras experiencias: una película absolutamente personal que llega a todos los públicos sin caer en la demagogia de la solución fácil.