Películas que parecen no serlo
Una extraña particularidad recorre todo el metraje de La ballena va llena: la sensación de que esa película no puede ser aquello que dice ser. Hay allí, en el secreto trabajo de esta suerte de logia artística, la intención subversiva de pretender hacer arte para transformar la vida de las personas, utilizando las actuales condiciones de producción y circulación de la obra. Estas están basadas en un modelo económico dominado por la (re)organización financiera de las relaciones globales, que son aquellas que someten a las mayorías mundiales a condiciones de pobreza y marginalidad.
Como si fuera una paradoja, circula la idea de utilizar las mismas fuerzas que promueven la concentración del capital y la desigualdad, a partir de los recursos que estos circuitos financieros derivan en su caritativa función de mecenas al arte, para reparar aquel daño que ellos mismos promueven. Claro que esto es solamente posible en una película de ficción. O no es posible. O no es una ficción. He ahí uno de los valores principales de La ballena va llena: sostener un espacio de duda permanente y permitir entonces innumerables líneas de sentido.
La anécdota va apareciendo en medio de una serie de escenas por momentos solemnes, por momentos desopilantes. Como en una epifanía, el grupo de artistas que conforman el colectivo “La estrella de Oriente” descubren que si las personas fueran exhibidas como obras de arte, podrían generar una corriente migratoria desde países pobres hacia los países centrales, pasarían a ser estar incluidos en un régimen legal que les permitiría ingresar a países ricos, a los cuales no pueden llegar por las leyes migratorias que lo impiden. Un pobre en una barcaza a la deriva es un inmigrante ilegal. Si es llevado como parte de un proyecto artístico (convertido él mismo en una obra de arte), sería comprendido por un marco legal, leyes de intercambio, protecciones impositivas e incluso se podría conseguir financiación para que ese proyecto artístico viaje por el mundo y además cobre por hacerlo.
La película comienza con la discusión teórica entre los artistas a propósito de la pertinencia de transformar a una persona de sujeto en objeto, de individuo en obra de arte. ¿Qué dispositivo requiere, qué conjunto de operaciones teóricas, cuáles procesos de exhibición y cuáles mecanismos de consumo? En un segundo momento, consolidado el proyecto artístico, el grupo se aboca a la obtención de los recursos necesarios para llevarlo a cabo. Esta tarea ocupará gran parte del resto del metraje de la película.
Lo central, claro está, es desentramar lo que se debate al interior de esta notable película.
Se advierte un planteo crítico a propósito del modo en que el sistema de financiamiento de las obras ha establecido una relación casi perversa entre el artista y los grupos patrocinantes. Proyectos, modo de aplicación a becas, decisores, financistas, todos participan de un entramado que no se discute, que está dado y sólo puede ser tomado o dejado. Procedimientos, terminología, circulación financiera, actores económicos, todo ello constituye en el presente la centralidad de las condiciones de posibilidad del arte. La ballena va llena juega con ironía a develar esta realidad material. Las notables conversaciones telefónicas que sostiene Pedro Roth ponen en jaque el lenguaje oficial del arte en el presente: de qué hablar, cómo hablar, cuándo hablar, con quién hablar. Porque uno de los temas claves del arte en el presente es analizar el proceso de producción, circulación, exhibición y consumo de la obra.
Asoman además las tensiones sobre el lugar del artista, las pretensiones de vanguardia y el espacio social en el que se (auto)inscribe. De este modo hay una reflexión en la misma obra (la película) sobre la propia obra (el proyecto artístico) que supera el texto dicho por los participantes. ¿Es acaso la película la obra que se proponen hacer los artistas o es una película sobre la obra que funciona como reflexión sobre el arte?
Finalmente, para no agregar planos de análisis, hay sin dudas un trabajo sobre el cine, la puesta en escena, el artista convertido en un objeto y lo que se puede y no filmar. La construcción de las escenas no es simplista, sino una deliberada manera de poner en cuestión el estatuto presente de los debates y del cine mismo. Toda la construcción permite sostener en el espectador la duda legítima entre la mirada documental y la desaforada falsedad. Cada discusión, cada plano, cada llamada telefónica, enmarcada en esta duda inevitable, permite ironizar sobre los temas, los actores, pero también sobre ciertas verdades supuestas del modo de representación cinematográfico.
Pero La ballena va llena nos interroga finalmente sobre aquellas personas ausentes en el plano, las dichas, las supuestas, las negadas. Aquellas cientos de millones que no navegarán como piezas de arte hacia los mejores museos del mundo, mantenidos por extasiados financistas de los países centrales, sino que seguirán muriendo en sus lugares por causas evitables, o en el mejor de los casos, llegando a las costas europeas en barcazas destruidas para ser explotados en su destino glorioso.
Y muchos artistas consagrados, probablemente, seguirán brindando con los mecenas cada vez que consigan una beca interesante.