Alocada comedia sobre la mala suerte
La mala suerte persigue a Pablo. Está divorciado y su mujer no le permite ver a sus hijas, y además está a punto de ser despedido de su trabajo y, como si esto fuese poco, es víctima de un asalto. ¿Cómo proseguir con su vida sin un peso en los bolsillos? En esos momentos tiene una revelación divina: jugar una boleta al Prode, con las pocas monedas que le quedan.
Pero la suerte sigue en su contra y a horas del sorteo es despojado, por dos jóvenes habitantes de una villa, de ese pequeño papel en el que había depositado sus sueños. Decidido a enfrentarse con sus ladrones, se interna en la villa donde, entre otros personajes estrambóticos, encontrará a Rocky, un boxeador en decadencia que comienza a comprender el cúmulo de desgracias que vive Pablo. Pero la boleta en la que él había depositado todas sus esperanzas va a manos de una banda de mafiosos que tienen cautiva a una joven y que se dedican al contrabando de drogas.
De aquí en más la trama se transforma en una serie de situaciones que pretenden transformar al film en una disparatada comedia.
El director Andrés Edmundo Paternostro supo rescatar en su guión, y hasta la mitad de la historia, las tribulaciones del personaje central, pero luego son demasiados los problemas en que lo sumerge y así esa anécdota que pintaba como una interesante radiografía se transforma en un espiral de inverosímiles aventuras (algunas demasiado alocadas y de dudoso gusto) hasta llegar a un final sorpresivo y poco creíble.
Damián de Santo aporta a su papel, a pesar de tantas y tan seguidas desgracias, un sólido oficio, en tanto que Marcelo Mazzarello intenta imponer comicidad a su rol de boxeador olvidado.
Todo es aquí, en fin, un intento de seguir las huellas de un hombre de mala suerte, pero la intención queda a mitad de camino entre lo alocado y lo pretendidamente cómico.